Un señor con guayabera

Que se cruza conmigo en la acera, que me hace pensar en el calor, el mar, los pelícanos. En su antigüedad formal, en su lejanía del tiempo y del lugar. En las dudas de su elegancia. En aquélla alternativa de mi juventud: camisa y corbata o guayabera. No había redes, no había móviles: había distancia. En los países de caballeros con guayabera nadie disputaba la elegancia de la prenda. Pero, al verla de nuevo, tan rara ya, el aroma verde del subtrópico se mezclaba con la atmósfera de una barbería de los setenta y el mismo señor con guayabera leyendo tranquilo el Marca con sus gafas gruesas.

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