«Todo lo que oyes y todo lo que ves está en dominio público aunque te digan lo contrario»
Las deficiencias que la red (oh, un sustantivo universal) ha planteado en su agenda de discusión sobre la «propiedad» intelectual se pueden ver ahora, cuando la ley Sinde va a aprobarse con el consentimiento de todos los partidos que cuentan por mecanismos que calificarlos de antidemocráticos es quedarse corto: que dispongan de puertas traseras para aprobar leyes sin escrutinio ni debate explica bastante del nivel de farsa al que han llegado las supuestas democracias occidentales, si es que la española alguna vez lo ha sido.
Pero tantos meses de no entender la naturaleza del problema (la propiedad, la autoría) y quedarse satisfechos con que, por un mecanismo de birlibirloque, las descargas no son ilegales (pero tampoco legales, caray), en vez de pedir que se transformen las leyes traen estas consecuencias. Repetir como loros «es legal, es legal» por cuatro sentencias algo forzadas de los jueces sin reparar que la esencia de la ley consiste en otorgar la facultad plena de qué hacer con una obra al titular de los derechos sólo ha desviado el camino.
Tanto insistir en que todo reside en si hay ánimo de lucro (por la reticencia a que alguien use lo tuyo mercantilmente creyendo en abusos que serían absurdos en un mundo realmente abierto) y desvincular los derechos de autor de las patentes de forma que no se da un enfoque global y completo a la creación de monopolios sobre ideas, ha confundido la cuestión. Una población que supuestamente se moviliza en redes sociales de pacotilla sólo sabe que no puede ver pelis gratis: un exitazo, colegas. Y, además, ¿qué hay de malo en el lucro?
Que no quede por el esfuerzo. Dominio público por defecto. Pedro vuelve a la carga:
Hay que superar el «algunos derechos reservados» para llegar a «ningún derecho reservado». Anticopyright. Porque entre otras cosas todas las obras son derivadas ¿o no?.
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