Anales de la consultoría de mercadeo
El cliente te dice, casi con preocupación, que espera observaciones e indicaciones sobre cómo recórcholis pueden tener una relación fluida con unas personas que llama influyentes. Está sentado sobre un trono metafísico vendiendo «conectividades» y modos de «compartir» a diario. El proveedor se siente honesto y sólo sabe decirle que no hay rocket science. Le pinta en la pizarra un teléfono negro, de esos con disco para marcar y ningún botón de los que silencian o rellaman. Casi hubiera preferido pintar una ventana y un patio. Y le viene a decir que, al final del día, nada como hacer algo tan antiguo como hacer sonar tu voz y preguntar ¿cómo estás?, ¿qué necesitas de mí?. La escasa sofisticación de la tecnología subyacente y del modelado intelectual deja al cliente pensando, un tanto aturdido al no escuchar algo que pusiera un libro científico o un ensayo de escuela comercial. Pero el proveedor toma aire e insiste en añadir un detalle que cree importante: no basta una vez, no es flor de un día, es repetirlo con frecuencia y, esencialmente, porque deseas hacerlo. Es que, si no, parece que te acuerdas por algo y el influyente no aceptará ser influido. Esencialmente, no escribas otro folleto, un nuevo claim, no redactes el brief de una campaña, no lo compliques… Sólo te vas a repetir. Si es que está todo inventado.
9 febrero 2012 a 11:52
La terrible diferencia entre el lobo malvado que se disfraza de abuelita para «engullirte mejor» y la abuelita de verdad que con todo su cariño te prepara un bocadillo de nocilla (algo que tu madre jamás aprobaría, pero de lo que no tiene por qué enterarse).
9 febrero 2012 a 14:38
Los niños de ahora ya no hablan de Nocilla, hablan de Gnutella 😛