Distancia focal
Me siento a escuchar a la representante comunicativa de un gigante de la tecnología. A los pocos segundos percibo el excelente trabajo de argumentación y explicación que subyace ante el argumentario y formas de la interviniente. Como las palabras no son inocentes y en el juego comunicativo se lucha por la conformación de marcos mentales, cada vez que encuentras una voltereta de éxito casi te alegras del talento mostrado para ocultar lo que se quiere ocultar o, puede que mejor dicho, no admitir lo que no se puede permitir admitir, por mucho que la picardía se te haya hecho evidente. Se puede argumentar que en ese caso se ha fracasado: visto el truco, se acabó la magia. Pero no es tan fácil: hay un punto de apoyo y una polea mueve el mundo con tan poca cosa. Así que en un debate abierto nunca se perdería del todo, siempre habrá un grupo de partidarios que compren el argumento. Por visualizarlo, sería como si el manto de cobertura de la evidencia deja ver las formas del mueble escondido pero no asegurara descubrir la madera que lo construye.
La charla deriva hacia uno de los productos estrella del gigante tecnológico. El preguntador se refiere a él por su caracter abierto. Casi una anécdota por parte del preguntador, porque inquiría por alguna otra cuestión que no recuerdo ya. Saltan las alarmas cerebrales: sabemos que no podemos llamar abierto a aquello que deja acceder a su código a unos sí y a otros no. Pero impedido de abusar de las preguntas – uno, acapara, de puro bocazas o parlanchín – la aclaración o la petición de aclaración sobre lo abierto o no abierto de la cuestión queda sin producirse. También ha ocurrido que el parlanchín ha puesto en cuestión que haya algo maravilloso en un servicio de transmisión en vídeo en directo de eventos con periodistas conectados y que sea prácticamente imposible de hacer de otra manera si no es con el gigante tecnológico. O advierte que no recomendará a su cliente abandonar su dominio y su host por la promesa de excelente posicionamiento gracias a la participación en tan avanzado servicio. Una forma de incentivar o, visto de otra manera, de aprovechar una posición de monopolio. Por toda esa animosidad aparante, me acerco a la ponente a conversar.
Saludos, intercambio de opiniones, sonrisas honestas. Pero aprovecho para dialogar sobre lo abierto o no abierto. Detrás de sus redondas gafas me reitera lo abierto que es su plataforma porque cualquiera puede desarrollar para ella. Mmm, me acaricio la cabeza como chimpancé aburrido: ¿sabe lo que es abierto? Insisto en que si no puedo tomar el código y transformarlo, no puedo consideralo abierto. Y con ello llega el quid de la cuestión: por supuesto que no puedo cambiarlo porque «todo tiene un dueño». Ya decía yo.
Epílogo: Después de todo, una vez sacado el ejemplo práctico que revela la ideología implícita, lo que creo es que la excelente profesional no domina bien la terminología y conceptos del mundo llamado libre (no, no es una película de la guerra fría). Y, eso, no es buena señal. Esecencialmente, por un motivo: porque aunque se insiste en el discurso de ausencia de malicia, en realidad, el diálogo interno está exento del lenguaje que lo hace posible, justamente en el departamento que debe hacérselo saber al mundo. Mientras, potencialmente, avivan un cierto grado de competencia entre monstruos de servicios elegantes.
21 abril 2012 a 8:36
Por los implícitos muere el pez. O algo así. Si no saben definir qué es libre es porque en los pliegos de comunicación corporativa no se lo han enseñado… ¿ausencia de malicia? Don’t play me…
24 abril 2012 a 0:00
¿Qué contradictorias las grandes corporaciones, no? Capaces de contener el ogro dentro y la punta de lanza de muchas cosas. Mira Telefónica, que lanza el proyecto de SO para movil abierto basado en html5… o son capaces de llevarse a Ferran Adrià que quiere impusar la liberación de su conocimiento. Lo mismo las personas somos iguales, así, miradas desde el cielo.
28 abril 2012 a 14:04
[…] ¿Recuerdan cuando nos reíamos sobre Android diciendo aquello de Don’t be open? Puaj, será verdad que somos así de naïve y en realidad todo tiene dueño. […]