Y a usted, ¿qué le parece?

Empecemos por la espuma de la vida, que no sé si es expresión del fundador del Hola o de algún tribulete de los que medran en el sector contamos cosas de la gente visible. Un corredor de fórmula 1 es sancionado con pasar de la primera plaza que marca su tiempo de calificación a la última. Para uno de los diarios gordotes del patio ibérico, la cobertura periodística se salda con la invitación a la participación del público, que ya se sabe que todo es más estupendo si votamos y opinamos: «¿Qué le parece la sanción al británico?». Como los periodistas son campeones del rigor, es sorprendente que le pregunten a la gente lo que le parece, pues básicamente no  hay nada que juzgar: el tipo se queda sin gasolina y no puede llegar al punto que exige el reglamento y aportar una muestra de la benzina de su depósito para los jueces. Es verde y con asas, y lo que le parezca a la gente una bella pérdida de tiempo para generar el contexto de información veraz y responsable que se quiere vender. No es un penalti no pitado, que es un arcano cuyas causas reglamentarias no he visto explicar nunca a un reportero. Ni siquiera el juicio a una ganadería taurina que fracasa en aportar nobleza (sic) y buenas embestidas a señores que se ganan la vida matando toros a cuchillo.

No son los únicos: un diario de los apestados, es decir, digital, va más allá. La pregunta al público es: «¿Le parece justa la sanción la británico?«. Es momento de reparar en que, los anteriores, daban dos opciones al distinguido público. Una era decir si era «justa» y la otra si era «excesiva». Ni qué decir tiene que gana la «justa» pues el británico es enemigo, nadie esperaría otra cosa, pero es efectivamente intrascendente lo que opinen. No es opinable, por lo menos en términos de juicio de hechos y descripción del reglamento que, por cierto, ninguno de los dos enlaza o reproduce antes de que ese público al que se le va a informar por salvar la democracia y su buen juicio se apreste a votar, casi como su derecho constitucional a saber la verdad y votar a los gobernantes.

Dejando la efervescencia de las cosas entretenidas y de pasar el rato, observaba días antes en una tertulia periodística televisiva (sigue costando entender que algo como tertulia, la charla de café y el sano entretenimiento banal de la existencia pueda elevarse a género informativo desde la perspectiva apocalíptica de quienes piensan que sin periodistas no hay información) cómo el presentador o presentadora (no recuerdo ya) le pregunta a uno de los presentes, con ánimo por supuesto de seguir por el resto de presentes, que qué le parece el anuncio de Obama de apoyar el matrimonio entre personas del mismo sexo. La cuestión es que lo que le parezca a él, debiera importarle a todo el mundo un pito. No ya porque a quienes se le pregunta el parecer no dejan de ser personas residentes a muchas millas, que seguramente y como mucho leen en la distancia cuatro resumenes periodísticos hasta puede que en inglés, sino porque no se trata de parecer de acuerdo con las reglas del periodismo salvapatrias: debería tener datos, elementos y argumentos que expliquen la posición del señor presidente.

Lejos de allí, lejos de los grandes espacios que aspiran a crear la agenda de discusión de nuestras vidas, dos bloggers argumentan, discuten y desbrozan el singular suceso de la intervención de un banco por el gobierno que tenemos y que dios nuestro señor tenga en su gloria (porque, si la hay, mejor que le salga bien). Pero para qué llamarles bloggers. Son personas con una autoridad – que se decía antes – para formular explicaciones y opiniones evidentemente apoyadas en su materia de investigación y experiencia profesional. Cada día recelo más de  la palabra blogs y bloggers: crean una diferenciación con efecto residual sobre lo escrito para negarle estatus. Mejor, para otorgarle sospecha. En un proceso de [[Desintermediación| desintermediación]] real no puede haber diferencia en la calificación del medio por la herramienta, hay proyectos editoriales a los que cada lector asigna un peso de valor. La cuestión es que la formulación del primero, seguida por el elogio y refutación del otro, contiene más y mejores argumentaciones y datos que todas las primeras páginas y titulares de todos los medios campeones. Que, por otro lado, era lo de esperar cuando se desintermedia: cuando se tiene algo que decir, y se quiere decir, cuando se sacan las ideas de uno a pasear que diría Antonio Ortiz, y cuando hacer todo eso es voluntad individual y no un proceso con porteros vigilantes en las puertas, tenía que ocurrir. Que, lo dijo San Juan Luis, los periódicos ya no estructuran la opinión pública. Que digo yo que será más de una.

En otro confin de la periferia, surge una discusión antigua. Si escribir en el blog es oficio de pago. En el fondo, es una cuestión absurda, pero se torna trascendente cuando se pasa por el filtro de la clase social derrumbada integrada por esa casta que constituyen los periodistas. No sólo porque quienes ahora ofrecen espacio y no pagar se alarmaban no hace tanto ante la ofensiva de los escritores a tiempo parcial que no podían, fíjense, reproducir las condiciones de respetabilidad y calidad que encarnaban los dueños del papel. Sino porque son los reporteros en plena reconversión industrial los que reclaman como mineros prejubilados que les den periodignidad en forma de salarios garantizados y puede decirse que a salvo de los embates del destino. Y de nuevo son una panda de bloggers, y selecciono otros dos, quienes desbrozan el problema que los tribuletes son incapaces de resolver en sus conferencias y discursos. No, no es bueno ya el nombre de blog ni el de blogger.

Terminaría con una ocurrencia: «No me llame blogger, no lo llame blog, pero tenga uno». Mientras el mito de la red distribuida se bate programáticamente amenazado por la realidad de que eso que acabo de desnaturalizar y quitarle nombre, el blog, no es el canal generalizado de la identidad de las personas en red, los efectos de la tecnología aplicada a la publicación de palabras se tornan cada vez más disolventes del statu-quo. Se dirá que empujados por la orgía del fin del mundo endeudado tal y como lo hemos conocido (porque deber, lo que se dice deber, siempre hay quien debe). Qué se yo si es descabello o acelerador. Qué se yo si es suerte del destino o un acortador de un viaje que iba a inevitable. Seguramente lo único estúpido de la era blogger era haber pensado que (todas) las personas aspiran a tener algo que decir, cuando lo dicen sin más y los que tratan de saber lo que piensan son los menos. Sospecho que eso no es una novedad, pero a los que piensan les han dado una imprenta y van y la usan. Y ahí se resume todo, que pasa el tiempo y que esa realidad hace estragos.

3 Respuestas a „Y a usted, ¿qué le parece?“

  1. Isabel Dice:

    «Cada día recelo más de la palabra blogs y bloggers: crean una diferenciación con efecto residual sobre lo escrito para negarle estatus. Mejor, para otorgarle sospecha»

    Y yo que «sosecho» que sigue siendo algo bueno…

  2. Gonzalo Martín Dice:

    Bueno es… pero, uno sigue pensando en echar abajo el entramado corrupto y pandillero de los conglomerados editoriales y de industrias culturales: al crear la diferencia, se concede un status de superioridad ética, moral y social a lo que llamamos periódicos, eso que dicen que es el nuevo Yahoo. Es decir, algo inservible.

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