“España no es Venezuela”
Tiempo de conversaciones álgidas. Probablemente por ello es mejor el silencio. Me dejo llevar, sin embargo, por las charlas de café de las que soy testigo. O puede que practicante. Me conmueve especialmente la argumentación del chavismo subyacente de la nueva revolución que todo lo promete, pues siempre aparece prontamente el observador que, conteniendo su indignación, pero creyéndose obligado a defender lo que su corazón le grita, te afirma: “España no es Venezuela”.
Los huidos de Venezuela presentes en estas conversaciones mantienen una cierta discreción propia de quien ha salido, como se ha dicho, huyendo. Pero miran. Miran sin entender nada y temen. Temen. Cuando el interlocutor afirma que hay una diferencia, parecese estar diciendo que, efectivamente, los aguerridos venezolanos de boina roja, soflamas salvadoras, los de esa variante revolucionaria de lo que aquí la extrema derecha resumía en “ejército al poder”, no son los mejores gobernantes del mundo. Pero que lo que les legitima es lo mismo y, a fin de cuentas, lo que te sugieren es que esas barbaridades no las haremos aquí. Como he dicho barbaridades, he tomado partido. Fíjense.
Visto el historial de nuestros pensadores de la revolución, la pregunta intelectual es: si no se va a hacer lo mismo que allí ¿puede ser porque simplemente ya sabemos que no funciona? Y tras el discurso de nacionalización o renacionalización de bancos e infraestructuras de servicios públicos, dicho como ejemplo, la pregunta pertinente es ¿se va a hacer o no? Porque si no se hace, el discurso revolucionario se vuelve falso, exactamente se consumaría en la práctica la misma crítica del revolucionario al sistema que nos invade: la traición del gobernante al pueblo, el incumplimiento de la promesa electoral y toda la narrativa sobre la casta. Tan eficaz, con tanta verdad revuelta con análisis de párvulos.
¿Quién nos dice, entonces, que con votos suficientes no existe la tentación venezolana? Quizá porque el proceso de aburguesamiento de la revolución local hace tiempo que se inició con los viajes a Bruselas, con la derrota de Tsripas y todo el tipo de acontecimientos que tanto ha odiado el pueblo indignado. Pero he ahí la paradoja: sin boinas rojas (algo que resultaría, curiosamente, una casualidad de lo más carlista) pareciera que nada es lo mismo, pero la renuncia al discurso opositor de inspiración salvadora para asumir con realismo que Venezuela no se merecía lo que le ha pasado supone, en la práctica, un interesante fraude emocional e intelectual: vivirás – bien – en el capitalismo que tanto odiabas.
22 diciembre 2015 a 16:22
Gonzalo:
Sudamérica les exportó Chavez y Mujica. El mesianismo más berreta (burdo) que haya existido.
Acá todavía estamos tratándo de sacarnoslo de arriba – al mesianismo.
Vivirán la maldición de la «izquierda académica y bien pensante». Esa gente a la que solo le encanta hablar y flajelarse por los males del mundo, mientras escriben desde un Iphone hecho por Foxconn en China.
La colonización del viejo mundo, pero lo peorsito del nuevo.
Qué horror.
22 diciembre 2015 a 22:10
Pero Mujica no tiene color al lado de Chavez… ¿Has visto el final de The Boxer, cuando el jefe del IRA manda liquidar al tipo que quiere mantener la guerra a toda costa? Mira al horizonte, ve los barrios protestantes y dice: «tenemos que vivir con esa gente». Mujica es el exguerrillero que no ve más beneficio en los disparos. Y de los disparos, se puede decir lo mismo de la división social basada en el sectarismo. Al menos, visto desde la comodidad de esta orilla.
23 diciembre 2015 a 19:55
Excelente final, el de The Boxer. Y excelente reflexión también.
Pero te diría que Mujica no es que no vea más beneficios en los disparos ni el sectarismo, sino que hizo el cálculo de que es más rentable vender la imagen de «neo-chamán». Pero si le ecuación cambiase en algún momento, lo mismo el.
No es un demócrata, es Gramsciano.
26 diciembre 2015 a 11:04
El caso es que la imagen de Mujica acá es la del tipo sensato, moderado, honesto y accesible (esas visitas a esa vivienda casi indigna, desde luego no esperable de un presidente de república)… y eso encanta. No destruyó el comercio, lo cual es mucho. Uruguay sigue siendo esa balsa de aceite neosuiza que aquí, por lo menos y bien o mal, se quiere ver.