Y así se te vuelva el pelo blanco (o por qué no votaré a Podemos)
…a las generaciones jóvenes tenemos que decirles que los autores de auténticas burradas no éramos monstruos sino gente normal que estábamos en una vorágine loca y abducidos por la idea de que la revolución dependía de nosotros
«A las generaciones jóvenes». El final del Lawrence de Arabia cinematográfico presenta a un Alec Guinnes – príncipe, jeque, lo que sea – diciéndole a Peter O’Toole frente al jefe militar británico de El Cairo que son los jóvenes los que hacen y han de hacer la guerra y que son los viejos los que han de hacer la paz. Estaríamos corroborando, pues, la visión conservadora de la vida de quien tiene años (bendita experiencia diremos, refrescante osadía de juventud se responderá) frente a la irreflexiva arrogancia de cada nuevo adán que puebla la tierra y que cree tener soluciones inmediatas para todo. Todo el mundo ha de pasar por ello, es de una obviedad inmensa.
Nadie concederá un valor artístico superior a Karate Kid, pero esa línea narrativa en la que un joven con supuesto talento no entiende por qué ha de dar cera y mover la mano de una manera y termina entendiéndolo cuando adquiere un sentido que no se puede obtener si no pasa el tiempo, es la fábula más simple que se puede encontrar – y más efectiva – para hacer entender a un becario por qué cuando sea padre comerá huevos. Lo he comprobado. Los corolarios tienden a ser rebatidos con las excepciones (no, no diré lo de que toda regla las tiene): la juventud ostentosamente brillante echará por tierra el viaje entre la media y la varianza de la experiencia mínimamente cualificada.
Denostar a la juventud es el rol inevitable de quien cumple años. Así que la siguiente argumentación está fuertementente concidicionada por esta otra circunstancia inevitable. Es probable que su originalidad sea mínima y ya la padeció la generación anterior: la nula paciencia y la pérdida total de, no diré respeto, sino atención por lo que la generación anterior (o la otra) puede decir especialmente sobre el fuste torcido de la humanidad y la confusa relación con la prosperidad que tiene la vida cotidiana. La sensación es que el tiempo que me ha tocado vivir genera una juventud en la que no existen los plazos entre la inversión de tiempo personal y el resultado. Mejor dicho: que se ha borrado no de la mente joven, sino del freno social que supone el miedo a decir tonterías cualquier tipo de disposición a entender que no tienes por qué comprarte una casa mejor que la de tu padre y mucho menos antes de los 28 años. Puede que nunca fueras consciente de cómo era la casa de tu padre cuando empezó a vivir solo o acompañado.
Trasladado a la revolución, o al no siempre moralmente ejemplar deseo de que el mundo sea un oasis de paz, bienestar, justicia y ausencia de crímenes (pero sobre todo de las cosas que no te gustan, como que los hombres abran las piernas en el autobús), es evidente que el reconocimiento del dolor en tus años grises y la constatación de la futilidad de los crímenes para alcanzar ese paraíso de la humanidad que iba a llegar, sugiere cierta superioridad teórica de la suma de años frente al lamento del Lawrence que no entiende que la agenda social máxima que habita en el reino de tu mente es únicamente el producto de tu impaciencia e ignorancia.
Es por eso por lo que nunca votaré a Podemos. Este razonamiento tropieza con dos problemas: uno es el hecho de que hay gente verdaderamente canosa que vota a este partido o pseudomovimiento salvador (aunque sean menos, seguramente por la tendencia a quedarse, como he dicho, entre la media y la varianza de la prolongación de la observación de la vida). Asi, el planteamiento de los cuatro párrafos anteriores se cae por su propio peso. La cuestión no es esa: la cuestión es que un señor o señora jovenes entiendan por qué no lo haré: los jovenes dirigentes podemitas, sin usar pistolas claro está, están «abducidos por la idea de que la revolución»… depende de ellos. Es válido para movimientos de otro calado, sean fanáticos religiosos o fundamentalistas de mercado (algo que, por reducción, un servidor podría llegar a ser).
El segundo problema vendría de este último razonamiento: existen alternativas ideológicas o, dicho mejor, preferencias alternativas de organización social que incluso se pueden compartir en algunos casos con la indignación juvenil hasta por alguien como yo (aferrado a rehuir el sentimiento comunitario como una obligación) y que conduciría a apoyar a los nuevos guerreros del bien independientemente de su adanismo real o imaginado. La -mi- cuestión es que los abducidos por la idea de la revolución no pueden aceptar que optas por soluciones imperfectas a pesar de su imperfección y, por supuesto, a pesar de su inmoralidad gris simplemente porque los émulos de Karate Kid no entienden lo que están haciendo porque no han tenido tiempo de entenderlo. Puede, también, que nunca lleguen a entenderlo. Debe haber millones de excepciones, desde Stalin a Donald Trump por mencionar ejemplos de los que generan discordia y motivos para distorsionar todo lo que escriba. Pero esta Carmen Guisasola, pistolera, parece que sí. Y a eso me aferro: a que seguramente esa forma de hacerse viejo es la interesante, aunque pierda.