Mermelada
El ejecutivo es un hombre religioso. Tiene un historial extenso y brillante, pero algo sucedió que se le hace esquivo volver a encontrar trabajo con los parámetros que tuvo. Él me explica lo que es el ce-ve-yú. En siglas, CVY. El significado: «cómo voy yo». Es decir, la parte del contrato que se queda el otorgante, obviamente a espaldas del propietario del negocio. Me relata cómo han aparecido en su despacho señoritas de faldas cortas y escotes largos que, al referirse al presupuesto que deja encima de la mesa, añaden: «ahí ya está incluido lo tuyo». Cae la tarde en Bogotá.
En las afueras de Medellín, una señora es detenida por la policía mientras maneja su carro (conduce su coche). El agente no encuentra algunos papeles con la vigencia oportuna y la sanción es severa: el vehículo es retenido y enviado a un depósito del que sólo puede rescatarse abonando una multa y realizando un curso de seguridad vial en una autoescuela. Es sorprendente que no haber cumplido un trámite a tiempo, pura burocracia, cuestione la capacidad de conducción. Pero es más sorprendente que reciba una llamada de una persona desconocida que, a cambio de una plata no excesiva, se presenta en su nombre al curso y su examen. La señora se muere de vergüenza de pensarlo – «si mi papá lo oyera» – pero conviene que, por vergonzoso y lamentable que sea, es más práctico, útil y lógico que no hacerlo y correr otros riesgos, además del tiempo invertido y no empleado en sacar adelante su almacén. Una prima le dice: «yo no paso apuro de ningún tipo, pago». Casi pareciera que es una forma de venganza ante un Estado que te jode. Si queremos verle una salida moral.
Una joven y brillante periodista trabaja con una congresista de renombre. Me cuenta que se dedica a desentrañar el gasto sanitario de la ciudad de Bogotá. El resumen es que hay una agencia que revisa el trabajo de otra agencia que revisa el gasto de las instituciones sanitarias que, debe suponerse, deben tener también sus sistemas de control. Le cuento que eso debe hacer tres controles, con el control del control del control. Me dice que sí, y la mirada lo dice todo.
De las cosas más sorprendentes que se aprenden al leer la prensa colombiana es que en el país existen dos clases de votos. El voto de opinión y el voto de maquinaria. Es interesante cómo se ha logrado una descripción casi opaca de lo que quiere decir: el voto de opinión lo es en conciencia y el de maquinaria es que ha sido comprado por una promesa, un tamal, el tanqueo (reponer gasolina) de una moto. Comprado por la maquinaria del candidato, que ha repartido los favores que obtendrá en el cargo. En las dos últimas elecciones se observa, pero no es el titular más grande, que el voto de maquinaria se reduce.
Se le llama «mermelada» al intercambio de contratos de valor por votos en el Congreso una vez elegidos los candidatos. Hoy se anunció que Colombia es el país percibido como más corrupto del mundo. Twitter se desangra. Con el sentido del honor que les caracteriza, la gente está avergonzada. Pero el desamparo de Twitter se dirige sólo contra los políticos.