Tabulé de ida y vuelta. Quedan quince días.

25/04/2020. Mi sobrino dice que ayer tuvo 38. Sin tos. Ha bajado ya a 37. Observando.

‘…even God himself cannot separate us now.’

Camus, La Peste.

Mi padre baja a la calle, se sienta en el coche, lo enciende y se queda escuchando el motor un rato. Cada cuatro días. Y dice que es para asegurarse de que la batería se mantiene bien. Yo fui al supermercado dando un rodeo y, con la bolsa llena, decidí regresar en la dirección contraria duplicando el tiempo y la distancia del recorrido. Andrew Cuomo dijo que tenemos que cambiar la definición de «bueno». En Nueva York, pero nos sirve aquí. «Bueno», ahora, significa «no es terrible». El airbus que me traslada a Colombia porta 250 pasajeros. Hemos pasado de que se calleran tres al día… a uno, más otro avión más pequeño. Los números son demasiado grandes como para asimilarlo. La sensación emocional es la de estado de descuento: la letanía de saber que se producirán las muertes, pero cada vez un poco menos hasta que dejen de producirse.

Austeridad republicana es el nombre que le ha puesto López Obrador a su estrategia de reducción de gastos públicos que considera excesivos, junto a los sueldos de una amplia panoplia de altos cargos. Para la reportera, es contradictorio con las políticas del resto del mundo, que asumen como paradigma de la pandemia el incremento del gasto. Pero señala que también ha aumentado los préstamos a los negocios pequeños y el gasto social, lo cual suena a cordura en un amplio recorrido sobre la hecatombe que se le viene encima a la economía mexicana. Le escribo a mi mano Iván Kireev y me dice que han abierto los vuelos y que el segundo sábado de mayo, comemos. «¿Huyes o volvéis a quedaros?». «Huyendo de México», es la respuesta. Y luego me cuenta del deterioro del capital político de AMLO, sus besos y abrazos a los niños, los escapularios…  hablamos de cómo en la economía informal los muertos ya no se contarán y me dice que, dos conocidos suyos de Torreón, han muerto de neumonía atípica. Había olvidado ya la neumonía.

Dios ha perdido esta batalla. El mesías no ha llegado y las comunidades ultraortodoxas de Israel presentan la mayor concentración de casos de contagio, de forma totalmente desproporcionada. Mueren los grandes rabinos y los funerales generan concentraciones enormes de gente. Viven hacinados en sus familias inmensas. Pero con dios nunca se puede discutir: si no aceptas que la realidad te destroce una buena ideología, una religión está blindada. O dios te salva, o te castiga. Como la banca en el casino, siempre gana. Pero, en román paladino, debe ser una putada observar que dios no te protegió y, a los infieles, sí. Puesto que para la ortodoxia judía la creación de Israel era un acto en contra de dios porque sólo el Mesías podría regresar a ¿restaurar el Templo?, ser una víctima sobreponderada de un virus no debe suponer un problema teológico monstruoso. Castigo divino o no, el ministro de Sanidad designado por los jaredíes (he aprendido que los jasidín son una parte de los jaredíes) ha dimitido. Pero para ser ministro de vivienda.

También llegaron los judíos a Antioquia. Para los españoles: Antioquía está justo donde termina la Anatolia. Antioquia, está en Colombia. Es tan sutil y tan drástico como tomarse un café solo o un café sólo. La feria del libro de Bogotá no puede celebrarse, pero en esta explosión de aprendizaje y explotación de la potencia de la digitalización, organizan una entrevista con Pedro Adrián Zuloaga quién ha publicado un libro con el metafísico título «Qué es ser antioqueño«. Parece ser que los antioqueños especulan ampliamente sobre su origen y la existencia de una estirpe como tal, la de los antioqueños. Judíos y vascos se mezclan también en el origen mítico de las poblaciones y el carácter laborioso y comerciante de sus individuos: hay un colegio Euskadi -fundado por un corazonista y no un jesuita, que sería lo esperable- en Medellín. Para Zuloaga, en algún momento de la historia se perdió el momento en que el antioqueño no aceptó la letra escrita para los contratos y prefirió que fuera de palabra. Español que leyera Cien Años de Soledad, se quedaría bizco con ese pasaje en el que García Márquez recuerda cómo llegaron los árabes a Macondo. Sirios o turcos; sefardíes o musulmanes, lo cierto es que para nuestra memoria de ex-colonizadores semejante mezcla no forma parte del guión. Pero la mejor comida del Caribe es, con diferencia, la sirio-libanesa. Y con una fidelidad extraordinaria a la que yo he comido en Jordania. Toda esta retahíla de pensamientos sueltos la cuento porque pienso que, este tipo de formatos digitales, hacen posible la televisión de minorías. Suponen el regreso de los formatos educados que las televisiones públicas hacían en todo el mundo por el bien de la población antes de competir con las privadas. La moraleja no sería destruir a las privadas, sino comprobar que las públicas han perdido sentido, la sociedad puede proveer esos contenidos sin ayuda de los impuestos. Por qué no, uno también aprovecha la realidad para reforzarse en su ideología.

 

Salidas: un policía con mascarilla, claro, le gritaba en la plaza a un individuo («aléjese de mi»), al tiempo que le pedía que le entregara su documentación. La amenaza era que, si no la entregaba, lo detenía y lo llevaba a comisaría. Mientras me alejo hacia el supermercado, el policía reinicia los gritos de aléjese-de-mi (yo lo imaginaba portando una cruz y ahuyentando al diablo) y la petición de documentación. No sé el final.

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