Veintinueve y Treinta días de excepción
12/04/2020. Se cumplió un mes. Un mes. No sé si soy o he sido asintomático. He logrado no tomar cocacola zero en casi dos días. No falta de nada.
So, week in, week out, the prisoners of the plague struggled along as best they could.
Camus, La peste.
¿Ha sido un domingo alargado?. Si la respuesta es sí, ¿seguirá siendo domingo todo lo que resta? Si ya vivías leyendo, escribiendo, y comunicando por correo electrónico, videoconferencia y chats a toda hora, desde casa, una oficina o un aeropuerto; si haces eso cuando tienes que hacerlo y cuando te conviene, esto es un domingo constante. ¿Por qué? Porque puedes tener algo en el fuego y observas los bonsais con cada momento de sol del día.
Apocalipsis. «El coronavirus Covid-19 es el último aviso». La tesis es de un reputadísimo especialista en la evolución. La narrativa es sospechosa porque la globalización y ciertos elementos anticomercio son malos, al tiempo que se aportan datos y perspectivas inteligentes y letradas. Yo creo que la humanidad ama los armagedones y los días del juicio final. Milenarismos varios. La hecatombe llegará por algo que aquí se llama ausencia de «conciencia crítica como especie». Que me suena a mí mucho a conciencia crítica de clase, pero yo tengo el cerebro muy podrido. Ningún fin del mundo ni ningún planeta de los simios ha logrado llegar después de siglos de predicciones, pero resulta que los neandertales se extinguieron por una sucesión de colapsos. Es decir, existe un precedente. En fin, que todo puede ser. Si no crees en la trascendencia y desde que viste Blade Runner sabes que todo se disuelve como lágrimas en la lluvia, te quedas tranquilo sabiendo que nunca nadie en el futuro leerá lo que has escrito hoy. Si llega el colapso, que sea sin dolor.
Azafrán. Se me metió en la cabeza hacer un bacalao con salsa de azafrán. ¿En qué momento lo vi o lo pensé? Había, como era de esperar, decenas y decenas de vídeos y recetas al respecto sueltos por la red. Como suelo hacer, el mío es una selección de los elementos que parecen constantes en las recetas que revisas, de las que aprendes a separar los añadidos y procedimientos alterados de la pureza original. El problema es que no hay tal cosa como pureza original de las recetas de cocina -ni de nada, en general- pero creo que nos entendemos: no, si es paella hecha mediterráneamente no se le pone chorizo. YouTube como las nuevas abuelas, ya todo, todo, todo no está en los libros y, en el caso de la cocina, es mejor. El gran Txaber Allué tiene su distopía particular sobre la cocina: cree que va a llegar el día en que nadie cocine en casa. Tiene fundamento, como la cocina de Arguiñano, porque las técnicas de producción de platos listos para comer con buenos resultados prosperan por doquier. En un mundo donde la gente dice no tener tiempo de cocinar (voluntad, diría yo; o que no se siente el mero placer) el mal gusto lleva a la pizza de Casa Tarradellas. El bueno, a los fabricantes de croquetas congeladas para hostelería: qué virguerías hacen. Sucede también que no aprendieron a cocinar, porque las niñas antes eran entrenadas para casarse y ahora para que saquen carreras y se ganen la vida. Lo cual está estupendamente bien, pero seguramente ha roto la cadena de transmisión de conocimiento de las croquetas y las lentejas estofadas. Cuelgo el bacalao en Instagram y me dice mi hermana que ahora entiende por qué se ha agotado el azafrán (¿se ha agotado?), porque todos los domingueros perpetuos parecen estar haciendo paella. Le digo que no es paella, sino bacalao. Me responde que lo gasto y que entonces mi sobrino Juan no tendrá para hacer el arrós. Si mi sobrino Juan hace el arrós con azafrán y no colorante, es que el fin del mundo está más lejos de lo que parece y que ser tío ha merecido la pena.
Farmacias indulgentes. Salí a por aciclovir en pastillas para recomponer mi reserva estratégica. El aciclovir sana del herpes y, en pastillas, evita las molestas pomadas y permite tratarlo cuando ocupa una gran superficie de tu cuerpo o es innaccesible: tu paladar, las fosas de la nariz o el cabello. Por ejemplo. Evitar un percance espantoso es cosa de pocas horas desde que te aparece (de ahí de llevar siempre en el bolso). La alternativa es una farmacia. Pero alguien hace pocos años decidió que vender eso sin receta, incluso cuando se te ve la cara perjudicada, era peligroso para la humanidad y te dan por saco. ¿Por qué no tengo receta? Porque descubrí el medicamento cuando se inventó, no se pedía receta y no he ido a la sanidad pública en mi vida ni he reclamado al estado que me pague las medicinas. ¿Pero por qué no a tu médico privado? Pues casi por lo mismo: porque no voy si no hace falta y la tortura de cerrar cita, ir, sentarte, explicarle el invento y que te haga una receta que obviamente te va a hacer, es una pérdida de tiempo absoluta. Excuso decir que, cuando vas, es como cuando vas al taller: igual que ya el motor no hace ese ruidito, tu no tienes herpes. Esta larga introducción para que se comprenda que iba preparado con una escenificación muy estudiada para lograr que en esa farmacia -esa- en la que jamás te venden aciclovir en pastillas, cediera en el contexto de emergencia. «¿Para qué lo quieres?», me preguntó. Todo español (y española) lleva un Guardia Civil dentro. Le expliqué que me salía herpes dentro de la nariz y que era molestísimo y que he agotado las pastillas. Le cambió la cara y se puso más maternal. «¿De ochocientos?». «No, ochocientos es mucho, cuatrocientos». Me trae de doscientos. «¿No hay de cuatrocientos?». «No, nunca ha habido». «Será que lo compré en Colombia». «Sí, eso es muy posible». En Colombia no me piden receta y no me obligan a comprar la caja entera, aunque yo me la llevo entera. Tampoco vienen las medicinas con prospecto. La pregunta se me hace obvia: ¿realmente en el primer mundo no lo hemos complicado todo mucho en nombre de la seguridad a toda costa? Bastará un caso de intoxicación para defender lo contrario, pero no dejaré de hacerme la pregunta.
Salidas: logré levadura. Amazon me entregó harina de almendra y podré hacer pan para la cetogénesis.
Percances: sin noticias.
19 abril 2020 a 22:20
[…] sólo tenemos futuro desde lo colectivo y lo público, en lo individual no hay camino». Como nuestro superespecialista en la evolución, prima la idea del todos somos uno. Pero para Deborah Feldman, huyendo de la ortodoxia judía, la […]