Valor y negación del Nirvana. Sin fase uno.
08/05/2020. Me corté el pelo. Doy por terminada la cuarentena. Estamos ya en el mismo momento que el toro bravo antes de ser conducido a la plaza. Saldremos con furia sin saber lo que, realmente, nos espera.
Of course a man should fight for the victims. But if he ceases to love anything else, then what is the point in fighting?
Camus, La Peste.
«Y, si dios quiere, nos va a salvar la ciencia». Tenía que ser un cocinero, de padre médico ilustre, quien lograra la perfecta superación de contradicciones entre ciencia y religión. Alguien debería hacer las cuentas de cuánto tarda la ciencia moderna en atacar un problema y en resolverlo o, como poco, convertirlo en crónico y no mortal. Por decirlo en términos médicos: la dificultad de tener vacunas se recuerda porque no existe todavía vacuna para el VIH, pero es simultáneamente cierto que nadie se muere (o no tiene por qué morir) por una infección de VIH. De ser la otra peste, a factor olvidado. Nos dicen que sí, que la ciencia se ha turboacelerado y que la investigación se publica a velocidad desconocida, poniendo en cuestión por el camino los viejos métodos de revisión entre pares y en sistemas de información cerrados. Quizá otro absurdo del siglo XX que la digitalización se lleva. Los tratamientos con anticoagulantes mejoran la vida y supervivencia de los enfermos graves. El Remdesivir es un medicamento que también ayuda en un porcentaje alto: escuché a Anthony Fauci explicar que, sin ser una bala de plata, el éxito parcial de este fármaco demuestra que hay un camino para resolverlo. Era la sonrisa de un científico ante un hallazgo. Delante de Trump y sin una nueva mención a la hidroxicloroquina. En Israel dicen que van muy por delante en el camino de una vacuna y en Estados Unidos parecen haber abierto el camino para que todo el mundo pueda testarse en casa. Para mi sorpresa, no he visto a nadie ganar lectores buscando en Nostradamus la predicción de esta pandemia, lo que parece bastante original dentro de la simultánea epidemia de chamanismo del mundo occidental, todo lo más es que puede que estuviera en los Simpsons. En todo caso, el discurso colectivo es tan bobo que se llama profecía a la simple enunciación de un riesgo de probabilidad alta basado en datos y antecedentes al alcance de cualquiera que lea. Si soy Bill Gates, me ofendería de que me llamaran profeta, sólo se dedicó a estudiar un problema. Lo que une los puntos entre la anticipación de un suceso probable y la tecnología que resuelve el problema que causa el suceso, tiene un punto básico de conexión: que la mirada divina, como la inspiración artística, te encuentre trabajando.
Estudiar y aprender, como amar y hacer. Dice Antonio Escohotado que, como Séneca, cree que «ser es hacer». Uno de mis libertinos favoritos (y de Juan Granados, que lo adora) señala que esta postura por la acción es opuesta a la cosmovisión asiática: «Donde ‘ser’ es más bien ‘no hacer’, conseguir ese estatus que se puede llamar nirvana o que se puede llamar último grado de la liberación de los deseos. Yo creo que dentro del hacer, lo más propiamente humano es aprender». Converso con Sandra sobre esta oposición. Le paso una cita de Pilar Quintana, de su novela La perra: «Era una partida de negros pobres y malvestidos usando las cosas de los ricos. Unos igualados, eso pensaría la gente, y Damaris se quería morir porque para ella ser igualada era tan terrible o indebido como el incesto y el crimen». Donde yo veo una reedición colombiana de lo que puede representar una novela como Los Santos Inocentes en España, para Sandra el acento está en la aceptación. La aceptación como forma de conservar la cordura o ser feliz en medio de la desgracia o el imposible. Siempre, y lo veo desde esa mentalidad anglosajona que necesita un responsable para todo y que puede convertirse tan inmisericorde, se acusó a los judíos polacos de aceptar pasivamente las leyes antisemitas nazis y el posterior exterminio. La revuelta del gueto de Varsovia debería bastar para desterrar la idea, pero la discusión tiene tendencia a aflorar: no puedes ser tan pasivo, te dirán. «Más vale morir de pie que vivir de rodillas» es cita que se atribuye a un revolucionario tras otro a lo largo de la historia: morir, si no quieres morir, no merece la pena, pero se dan existencias imposibles: si no se producen, como en un cortijo clásico, oportunidades de movilidad social para forjar tu destino y cambiar tu posición en el juego de la desigualdad, entonces levantarse en armas estaría legitimado. Uno piensa que los revolucionarios que ganan, son los que no mueren en combate. Que se lo digan a Ernesto «Che» Guevara o a José Antonio Primo de Rivera, ensoñadores de nuevos mundos, muertos a balazos mientras que los que les convierten en figuras sagradas mueren en la cama: Fidel Castro y Francisco Franco. «La gente de buena fe nos hicimos revolucionarios por eso, esperando que retrocediese la pobreza», dice Escohotado. Después se vio que no. ¿Aceptamos o qué?.
«Siempre habrá alguien en alguna parte construyendo mejor el codo de una cañería, ahorrando con eso calor, desgaste y miseria para algunas personas», sigue Don Antonio. Hacer, por tanto, termina siendo revolucionario. Desde esa mirada, la de que retroceda la pobreza. ¿Dónde leí, provocadoramente, que la invención de la lavadora había hecho más por la liberación de la mujer que todas las soflamas, discursos y razones de peso que se puedan enunciar? Al liberar el tiempo de lavar, uno puede ocuparse de otra cosa. Ganar autonomía y hasta pensar. Excusaremos el hecho de que tenga que ser la mujer quien use la lavadora, aceptaremos como punto de partida la asignación histórica de roles. Pero la mecanización y automatización del lavado ha llegado a que el hombre no pueda sostener la excusa de la ignorancia. Funciona como un gotero, pero la publicidad comercial, siempre atenta a lo que es correcto, ya ha mostrado lavadoras para hombres. O sea, para bobos. Hacer, pues, genera alternativas y opciones: en Colombia inventan una cama de hospital de cartón, por tanto barata y fácil de montar. Perfecta para atender las emergencias de la epidemia y más si vives en un sitio no primermundista. La novedad extrema es que la misma cama de cartón se convierte en ataúd. No es que haya verdades molestas, es que la verdad es molesta por defecto. Dice Sandra: «¿has visto alguna vez un diseño más brillante y más desafortunado at the same time?». Hacer y aceptar en el mismo suceso.
Salidas: la hora de trotar es, ya, rutina. Mi estado de forma es lamentable, pero me recupero. Qué desgracia el envejecimiento.