Bruce Springsteen y el piano en una tarde con Händel

En ningún lugar de su autobiografía hace mención Bruce Frederick Joseph Springsteen a cómo o cuándo aprendió a tocar el piano. Es legendario el relato de cómo compra su primera guitarra y de cómo descubre la dificultad de hacer sonar con coherencia el instrumento: está en el texto, en entrevistas, en los relatos que entremezcla en sus actuaciones monumentales. La guitarra y él, él y la guitarra.

Uno de los versos esenciales de Thunder Road proclama que tiene en sus manos una guitarra y que ha aprendido a hacerla hablar. A hacerla hablar: me quedé temblando cuando lo descubrí. Yo, joven adolescente que entendía mal el inglés si no era con una funda o contraportada de un disco con las letras y un diccionario. En esos días, la portada de Born to Run era el sueño de lo que hubieras querido ser: San Bruce Springsteen con su Fender Stratocaster apoyado en el hombro de Clarence Clemons vestido de cuero negro. Decía Bruce que si ves a Elvis y no quieres ser como él, es que estás mal de la cabeza. Yo pensaba que si no querías ser como en esa foto, estabas rematadamente mal de la cabeza.

Descubrí a Springsteen a través de The Wild, The Innocent and The E Street Shuffle. Creo que tardé veinte años en hacerme íntimamente con los muchos significados de shuffle y la culpa fue de una niña que, naciendo en Sevilla, creció en New Jersey antes de regresar e instalarse en San Juan de Aznalfarache de nuevo. Yo le llamaba Jersey Girl cuando quería recuperar su favor y levantaba mi voz con Tonight I’m gonna take that ride/Across the river to the Jersey side y ella se enternecía y el mundo volvía a estar bien. No pensábamos en Tom Waits sino en Bruce Springsteen, porque Bruce se apropia de cualquier canción y el autor original se queda disminuido. Ella decía shuffle cuando rebobinaba una cinta. Pero lo importante es que The Wild contenía New York City Serenade, una pieza donde el piano se hace con todo, donde sin el piano no hay tema.

New York City Serenade es la ¿canción? (la obra, la pieza, la creación) que me dejó mágicamente atrapado a un autor que, en esos discos iniciales (ni pensar en actuaciones, ni en ver vídeos o en televisión a un cantante lejano e ignoto, nada de eso podía hacerse), me abrumó con su complejidad. Cambios de ritmo, instrumentos que se suspendían creando silencios, tu cerebro pendiente de una tensión que subía y bajaba con letras de un inglés dificilísimo (aún no había visto The Wire, otro salto cultural-idiomático) y relatos mágicos de un mundo que, aquí, se veía de leyenda.

El Springsteen que regresa del silencio discográfico en Darkness on the Edge of Town ya marca un cambio de estilo que prevalece hasta hoy. Debe pensarse que, en ese tiempo, San Bruce era minoritario y desconocido, y que comprarse un disco costaba seiscientas pesetas que alguien nacido hoy no puede ni imaginar lo que costaba juntar con pagas de fin de semana y sobras del dinero del autobús. Así que reunir todos los discos existentes a mis catorce o quince años debió costarme más de un año. En Darkness las canciones empiezan a hacerse más cortas y, en cierto modo, previsibles desde el punto de vista musical. Seguías derritiéndote entero, pero ya no eran esa especie de óperas en varios actos de la sacudida que te provocaban Rosalita, Thunder Road, Jungleland y todas esas piezas de poesía de clase obrera (inventada, sí, pero qué más da, y qué mas daba desde aquí y hace tanto): ¿quién no se conmueve con Sandy, the aurora is rising behind us?

Convertido en un intérprete y compositor de masas, tras The River y Born in the USA pierdo todo el interés: no hay más odas a Nueva York, ni la excitación de Blinded by the Light, la sutileza de Growing Up… La grandiosidad exuberante de una organización musical hecha para reventar a la audiencia en directo y para acompañar textos de vidas corrientes que adquieren la belleza de los cantares de gesta. El piano, el instrumento que más paz me concede, acompaña sus composiciones, pero no es nunca más la excusa ni el embellecimiento supremo de todo lo que ocurre hasta ese momento.

Los discos y la cintas de cassette antiguas quedaron de alguna forma enterradas hasta que el mundo se transformó con YouTube. Sí, me hice con algunos cedés pues, a diferencia de la para mí estúpida querencia por el vinilo de la modernidad culta de ahora, los primeros soportes digitales te mantenían la integridad de la grabación: no, pelos y ralladuras no manchaban la escucha; no, la brillantez de los agudos no se perdían en cintas grababas con un Dolby mucho más primitivo porque odiabas el terrible ruido de fondo que dejaba el cassette. Sí, por fin publicó grabaciones de sus actuaciones (donde lo grandioso eran los clásicos, hasta Santa Claus Is Coming To Town, que nunca más volvió a ser un villancico de otro), que eran un artilugio secreto para fans. Yo hasta compré el disco presuntamente pirata más famoso (una grabación de una calidad horrible, pero suficiente ante el espectáculo del directo): Winterland. Que sigue aquí, en mi casa.

Pero decía que todo se transformó con YouTube. De modo regular e irregular terminaron apareciendo grabaciones legítimas e ilegítimas de toda una vida. Entonces descubrí toneladas de nuevos matices de un artista que se me había apagado después de haberme secuestrado el corazón: el recientemente triunfante San Bruce de Born To Run es un desconocido en Europa, pero llega a Londres y, resulta que alguien lo grabó, las actuaciones en el Hamersmith Odeon están casi como completas. En su autobiografía, Springsteen advierte que llegó tocado emocionalmente a ese tour tras descubrir sus problemas de salud mental -los mismos que su padre- al verse en la portada de Time.

Los arreglos y versiones de esas actuaciones están repletas de un piano con los tonos jazzísticos de sus primeros tiempos. Digo versiones: los vídeos acumulados durante el resto de su carrera muestran versión tras versión de los mismos temas cambiando arreglos, reinventando sus formas de interpretarlo, pasando de piezas corales a solistas. Y sí, también, aparecen actuaciones en las que él interpreta el piano, casi siempre como solista (por cierto, como en las sesiones crepusculares de su vida y obra en Broadway) y en los momentos más íntimos: de repente, casi todos los grandes éxitos aparecen con sus manos al teclado. Enseñantes de piano en la red, muestran centenas de tutoriales de cómo interpretarlas. Artistas desconocidos hacen covers pianísticos de todas ellas.

De tanto en tanto, entre tanto vídeo, descubro canciones que no conocía. Al haber ignorado álbumes y álbumes durante años sentí la necesidad de contrición: sí, las viejas buenas y grandes canciones todavía pueden surgir de algún lado. Y no es que productos como Western Stars sean malos, ya los quisieran muchos artistas, sino que la magia profunda de obras que te transforman por dentro ya no está. Ni falta que hace, anticipo, porque te puedes morir perfectamente después de todo lo compuesto hasta 1980. Ni falta que hace, reitero, porque ¿por qué hacer siempre lo mismo? Un músico inquieto debe querer explorar otras formas y otros aprendizajes. Ni falta que hace, porque, como volver a escuchar a Händel, sigue siendo un aliciente para el espíritu. Pero cada vez que crees que ha vuelto ese mismo punto de brillo que te despertó a los catorce años con obras conmovedoras, descubres que se escribieron y se descartaron de sus grabaciones de los años grandes. Que, incluso, hay actuaciones en blanco y negro con todos esos éxitos que entonces no fueron éxitos en las giras de los años setenta y que ahora suenan con el resplandor de lo único.

Y te dices: qué monstruosidad de artista. Qué extraña potencia mental pudo llevar a construir tal sucesión de piezas que lo dejaron agotado pero que, unos cuarenta años después, sirven para renovar y mantener el brillo de un intérprete especial porque, uno piensa, San Bruce Springsteen es un tipo que lo que realmente quiere hacer es tocar y tocar delante del público. De un compositor que ya no pudiera exprimir más tanto genio y que lo que hace es fundir sus lingotes de oro de todas las formas posibles haciendo que parezcan nuevos diseños. Y que funcionan como nuevas dosis de una sustancia química que tuvieras que inyectarte para mantenerte cuerdo.

¿Por qué sabemos de la guitarra y del piano no? Ningún periodista le pregunta cómo aprendió a tocarlo, a mimarlo.

Mientras, desde hace tres semanas, cada noche, con cada texto que escribo, cada propuesta que hago, cada sesión de lectura técnica, en mis auriculares suena Julio César en Egipto. Abarca el equivalente a tres discos antiguos, pero todos en plataforma de streaming. Arias, recitativos, sinfonías, coros. Händel vino a cenar. Es un suceso similar al que me produce La Creación de Haydn o El Rey Arturo de Purcell. Me quedo pasmado ante la monumentalidad. Como con Thunder Road. Y esto no es un ensayo pretendiendo elevar a un músico de rock and roll al altar de la gran cultura de Occidente (¿por qué no?, después de todo los grandes estadios llenos puede ser el equivalente a los teatros de ópera barrocos) sino un homenaje al asombro: el del sorprendente suceso de cómo artistas con una técnica de una complejidad formidable, que ni sé ni tengo por qué saber, hacen que mi cerebro desbroce un extraño puzzle de historias construidas con impactos sonoros hasta dejarme con la boca abierta.

2 Respuestas a „Bruce Springsteen y el piano en una tarde con Händel“

  1. Juanjo Carmena Dice:

    Compadre, de esto no habíamos hablado. Yo lo descubrí en el concierto del Calderón de 1987. En mi casa no se oía mucha música, ni yo tenía ni idea de qué era eso. Para un alma inocente a lo que la música le puede hacer a uno, ese concierto fue una salvajada emocional. A los pocos días pensé que tenía que saber más. Me fui a comprar un disco a una tienda y, no sabiendo nada, acabé llevándome uno titulado Nebraska. Del fuego al hielo. Traduciendo las letras con un diccionario del colegio en el que la mitad de lo escrito en el libreto no salía…

    Aún me sé la mitad de las letras 🙂 Y mi hija de 16 casi llora leyendo la letra de Jungleland la primera vez que se la puse, el mes pasado… en Youtube, claro 🙂

  2. Gonzalo Martín Dice:

    Ostras… la cara que se nos quedó cuando salió Nebraska. Yo me dije: joder, el tipo no quiere hacer siempre lo mismo y hay que tener muchas ganas para hacerse fan de Springsteen desde Nebraska. Tiene un mérito de pelotas aprenderse las letras de ese disco, dicho sea de paso. Hay cosas que no se olvidan: «The Rangers had a homecoming in Harlem late last night»… (pero eso es de Jungleland… no me extraña que tu hija flipe)