Lot alzó la vista y contempló la vega del Jordán
Partieron de allí aquellos individuos camino de Sodoma, en tanto que Abrahán permanecía parado delante de Yahvé.
Génesis 18
Les pusimos de nombre Las Chicas Martini. Dos amigas, iraníes, una casada la otra divorciada. Nos acompañaban a todas partes haciendo servicio al padre de ella, la esposada, que había prometido protegernos en Teherán y más allá. Pero, como el padre, que siempre saludaba con un vodka con naranja en la mano, cada cierre de puertas de la vivienda familiar suponía el sometimiento -y la ofrenda a los visitantes- de toda clase de bebidas alcohólicas consumidas con fervor.
La segunda, la divorciada, lo era de un irlandés. No apelaré a la reputación irlandesa con respecto a la bebida para justificar el ánimo con el que las dos amigas compartían botellas con padres, madres, vecinos y los españolitos asombrados. Tampoco la vestimenta en interiores hacía suponer que las normas tan estrictas de aspecto público de la mujer persa tuvieran un contraste tan alto con la vida privada: tanta piel a la vista resultaba una combinación de gozo y asombro.
Fue ésta última, la que no entiendo cómo no pudo obtener nacionalidad irlandesa y salir huyendo, la que nos interrogó asombrados cuando le dijimos que nuestro periplo continuaba hacia el norte, hacia el Caspio: cómo era posible que fuéramos a pasar nueves días al norte y sin alcohol.
En el centro de Teherán suavemente te decían al oído vodka, vodka en cualquier descuido. Nuestro chófer se aprestaba a preguntar en cualquier pueblo dónde se conseguía cerveza -Tuborg, siempre Tuborg- y con ello llenábamos una nevera no excesivamente clandestina de la furgoneta. Que se tapaba, más o menos, cerca de la policía.
Teherán se despidió en una extraña cena en restaurante donde, antes de entrar, preparamos por instrucciones del padre de nuestra joven casada unas botellas de Pepsi de naranja que fueron mezcladas con vodka. Obviamente, derramando en plena calle parte del contenido original. Entramos con ellas en local para, como las petacas clandestinas de un discotequero de pro, servir como sustituto del refresco de naranja que iba a proveer el restaurante.
Por prohibir, en Irán estaba o están prohibidos el alcohol, las drogas claro que sí, y el baile en público. Aunque fuere mecerse levemente con un cantante tradicional en un restaurante típico. Todo prohibido, todo opresivo: a nadie parecía importarle el riesgo cierto de ser descubierto o sancionado por estos consumos. Aunque fuera pasmosamente generalizado tras los muros de todas las casas.
Las policías españolas asaltan las fiestas clandestinas. Relatan que se organizan fiestas para permitir que ciudadanos franceses, que vienen específicamente para ello, puedan expandirse pues su toque de queda y sus restricciones hosteleras son peores.
Dos mil fiestas ilegales dicen los cronistas.
El noticiero de Caracol, en Colombia, habla de medidas ejemplarizantes ante el intento de celebrar un carnaval prohibido. Ejército, Armada y Alcaldía se unen para terminar con la rumba oscura.
Cada día de confinamiento, el nihilismo y el hedonismo parecen crecer como la hiedra. Los ángeles de Yahvé caminan por las calles de Sodoma pero no parecen tener azufre y fuego para tanta ansiedad.