Zapatos usados
Decíamos en algún lado y seguramente lo he repetido en otras ocasiones, que el complejo de inferioridad patrio se curó con el gol de Iniesta. Pero hay antecedentes.
Era un chaval de catorce años cuando Severiano Ballesteros ganó su primer Open Británico. Yo estaba allí, en un pueblo del sur de Inglaterra y no sabía nada de golf más allá de las imágenes populares. Severiano salía en la portada del Daily Telegraph, el periódico que yo compraba regularmente tratando de leerlo sin ayuda con el inglés que sabía. Me sobreestimaba. Pero mi señorito inglés consideraba que sólo por ello, yo era alguien inteligente. No sabía que entendía la mitad. Algo más, seamos justos con uno mismo.
En la casa que me acogía leían (es un decir) el Sun, que era todavía esencialmente ese periódico con señoras desnudas ¿en la última o en la segunda página? Es igual, en la cocina de los Sres. Gooden colgaba un calendario del periódico con una señora mostrando sus pezones cada mes: era una vista inigualable para un adolescente de 1979 y que no podía imaginar que eso hubiera ocurrido en una casa española nunca en la vida.
Era una Inglaterra misteriosa (por extraña para los del sur) y que conservaba la estética de las novelas de Agatha Christie. Las extravagancias británicas (conducir por la izquierda, ja) eran más o menos conocidas, comprobarlas in-situ te daban estatura de conocedor: en España había gente que casi había dado con el sentido de su vida escribiendo guías de Londres.
A ese Reino Unido los españoles entrábamos con pasaporte, por la aduana por la que ponía «resto del mundo» en la que caían los que no eran británicos, ni de la Commonwealth ni de lo que entonces se llamaba Mercado Común. Era difícil no sentirse ciudadano de segunda. Después de todo, a Londres se iba a abortar o a ser camarero. Muchos iban con maletas vacías para comprar ropa moderna y revenderla en Madrid, tan paleta.
Pues ahí estaba Severiano. Hijo de campesinos sin baño en la casa. En España, ni siquiera sabíamos dónde estaba Pedreña. Paradójicamente, los británicos decidieron amarlo como un hijo. Hoy, en un documental, descubro que en su participación en el Open del 76, que estuvo a punto de ganar, fue con zapatos -de golf- usados: no hacía mucho que se había hecho profesional.
La carrera de Seve -decían Sevy los anglos- fue sensacional. Como todos los deportistas que se convierten en leyenda son más que su nivel de juego, de por sí en la quintaesencia. Ballesteros lo cambió todo: que un europeo continental ganara el Open Británico, que lo hiciera en el Masters de Augusta, que se superara el desprecio de los golfistas norteamericanos a los europeos, ganarles sin complejos. Cambió las reglas profesionales en Europa y en EE.UU.
Y devolvió la Ryder Cup a la vida. Ese torneo, que se convirtió en apasionante, pidió ser rescatado de la indiferencia y de la superioridad norteamericana cuando, en vez de conformarse un equipo con el Reino Unido e Irlanda contra Estados Unidos, se abrió a los europeos. Severiano casi consigue que ganen la primera vez en territorio norteamericano y siguió liderando al equipo europeo durante casi dos décadas para ganarla y una otra vez.
Los británicos calificaron de Spanish Armada al conjunto de golfistas españoles que coincidieron generacionalmente con Severiano. Con el Brexit en nuestras narices, qué extrañamente lejano suena ahora la pasión con que se seguía la Ryder Cup desde las Islas hasta Benalmádena, con la rabia a flor de piel para que los europeos derrotaran a los americanos. Con varios españoles emparejados con los de la Union Jack (ohhh… Nick Faldo) y tipos como Bernhard Langer. Y era Severiano el que no tenía complejos y a todos decía que se podía y sabía cómo ganarles. Lo hizo.