Bichota

El momento emocionalmente cumbre de The Boxer sucede cuando, al iniciarse el combate de boxeo, católicos y protestantes irlandeses cantan simultáneamente Danny Boy: pueden matarse por las calles por el hecho de aspirar a ser ciudadanos de la República de Irlanda o del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte pero, a la hora de la verdad, esa cosa del acervo común, la identidad y los sentimientos populares, comparten una cierta cosmovisión aceptada: oh, Danny Boy, the pipes are calling. For us all.

Teniendo en cuenta que la compuso un inglés (un inglés) sobre una tonada de Londonderry (que los republicanos llamarán, simplemente, Derry) tiene bastante mérito que la canción se asocie tan intensamente con la identidad irlandesa e, incluso, con la independencia: al menos es un himno cuasi oficial de la diáspora irlandesa y, en sus orígenes, como tantas veces pasa con el arte, es una mutación de melodías y letras anteriores. En algún lado cuentan también que la Iglesia Católica la prohibió para celebrar funerales.

Lo que importa es que, llegada la hora de la verdad, le pones a un irlandés Danny Boy a quince mil kilómetros de casa y las opciones son de 9,9999 a 0,0001 de que se conmoverá: tiene sentido, porque todo español que lo niegue mentirá cuando escuche Suspiros de España en una tarde fría de Escocia y no se conmueva hasta las trancas por algo que, en casa, jurará que siente como chufla de posguerra y españoloide. Bueno, si no les gusta esa, que les pongan Vuelve a Casa por Navidad, la de El Almendro, que siendo un comercial es bastante más himno nacional que la Marcha Real y seguro que sí, que les pasa.

Aunque puede que a la generación ibérica de Karol G no les suene a nada.

Carolina Giraldo Navarro, natural de Medellín, regresó a su ciudad en plena gira triunfal y llenó el estadio Anastasio Girardot dos noches seguidas. Por su parte, J. Balvin – José – se tomó, un par de años antes, la molestia de hacer un documental con la misma temática: El Niño de Medellín vuelve a casa a presentarse a su público, su ciudad, y ganarse el respeto de los suyos.

A Balvin le pasa de todo: quieren que tome partido por la situación política colombiana bajo la (para mi, más que sospechosa) teoría de que si le debes el éxito al pueblo, le debes al pueblo correspondencia en sus sentimientos. Es falso, porque pueblo es éste, aquél y el de más allá, y puede que tengan sentimientos contradictorios entre sí.

La policía colombiana mató a un estudiante llamado Dylan Cruz en un acto, que, en efecto, más allá de cualquier forma de ver el mundo, es difícil que su rechazo no una mucha gente en sentimientos más que legítimos. Balvin se resiste porque cree que su opinión es privada o no cualificada pero, finalmente, se sensibiliza con el sentimiento que prevalece entre la fanaticada que le sigue y tiene palabras para expresar dolor.

A Balvin le pasa de todo porque, además, es depresivo. Y parece que ha aprendido a cuidar su mente para sobrevivir a su propio éxito sin que se quiebre como un cristal. A pesar de todo, baja a los gimnasios públicos y se hace fotos con niñas, motoristas, adolescentes, señoras de los tintos, vigilantes y toda especie que puebla el territorio, mimando a quienes le dan la fama.

En Medellín son héroes. José, Maluma, Nicky Jam. Amados por capas de población que pasan más tiempo sobreviviendo que viviendo, hay algo en el éxito colombiano, sea de clase alta o de clase media, que siente que tiene que hacer algo por eso que en el viejo marxismo de combate se llamaría «las masas».

Balvin se da una vuelta por las comunas y ves brillo en los ojos y un estado de euforia por calles pobladas de casas de ladrillo visto y laderas imposibles. Le canta a su gente. Es uno de ellos. ¿Es uno de ellos? Al menos, el relato sí le hace uno de ellos.

Karol G es el reverso, La Niña de Medellín. No puede ser casualidad. A diferencia de Balvin, no parece tener un sólo síntoma de no disfrutar el éxito. El rito es el mismo. Se presenta en la cárcel de mujeres, se sube a un escenario ella sola con su guitarrista (she/her/ella) y canta para toda la cárcel. Resulta que las funcionarias, que ese día parece que lavaron el uniforme, se saben todas las letras al igual que las internas, y en momentos de delirio, internas y carceleras terminan casi abrazadas, hasta con Carolina, mientras cantan éxitos: ¿brillo en los ojos? Fulgor.

Carolina Giraldo tiene un acento y modismos paisas que no pueden engañar a nadie de lo que es. Esa noche, con el estadio lleno, detiene el espectáculo y dice, con ese alargamiento del habladito antioqueño: «necesito mi acordeón por aquí, que me quiero cantar un vallenato». Es como si Alaska y Carlos Berlanga se hubieran parado en 1980 y, tras cantar «Pero Qué Público Más Tonto Tengo» queriendo ser una parodia del punk, pidieran una guitarra y un cajón diciendo que van a cantar una bulería.

Karol dice cuando entra su acordeonista: «ella también es una bichota». Dos bichotas por el precio de una. El vallenato elegido se publicó en 1994. Karol G tenía 3 años. «Tarde lo Conocí» forma parte de ese, en parte extraño, mundo del vallenato femenino que hasta se puede leer como feminista. Si se quiere. La intérprete original, Patricia Teherán, murió demasiado pronto y abría la interpretación de esta canción recordando a su amante, novio y padre de su hijo: Rodrigo Castillo «amigo de verdad», narcotraficante, pero como el Pablo Escobar de los ochenta, adorado en su tierra no por mafioso sino por la ayuda a la gente débil. Como el patrón, también murió con una bala en el cuerpo.

«Yo sé que ustedes se la saben», dice Carolina Giraldo (en Colombia, todo el mundo se sabe todas las letras). Una letra de empoderamiento femenino, puede decirse: «Sé que tiene compromiso / yo sé que usted tiene quien lo quiera / Pero bien vale la pena arriesgarme por tener su cariño». Una señora de Madrid me dijo que eso era de frescas. Puede ser.

Lo cierto es que Patricia Teherán, en un género tan macho, cantaba acompañada de Las Diosas del Vallenato (es enternecedor ver los vídeos de los noventa) en un elenco completamente femenino. La banda de Karol G son todo chicas, en un género que es acusado y ha abusado de la masculinización, la testosterona y la objetivización sexual femenina hasta el punto de la indignación de todo lo bien pensante menos, claro, de los y las practicantes: uno piensa que es muy probable que les dé totalmente igual y se queden con la brutalidad de lo sensual por elección. A saber. Que C Tangana nos responda.

Pensé que bichota era una deformación de «bitch». En plan, «It’s Britney, bitch». Pero en las profundidades de internet explican que bichota es una feminización de bichote, un término que en Puerto Rico designa a los jefes de los combos callejeros de la droga. En Puerto Rico, «el bicho» es, literalmente, «la polla». Y tienen menos resistencia auditiva al término que en la presunta Madre Patria a la hora de ofenderse por lo ordinario. Bicho es feo de verdad, por lo que bichote sólo puede resonar como el gran macho alfa que domina la calle. El novio de Karol G es puertorriqueño. Y Karol G es, obviamente, la jefa del reguetón. Qué chimba, parce.

Era 1989 -ella no había nacido- cuando yo trabaja como modesto practicante de intercambio internacional en Arecibo (sí, donde el radiotelescopio), tomé una mañana un quitagrapas que se movía graciosamente al pulsar los dedos y le dije a una compañera: «mira qué bichito tan bonito». La mujer se rió a más no parar, añadió entre risas que tuviera cuidado, «que aquí los hombres son muy celosos» (vale, estaba casada) y yo me expliqué el misterio que me dejó en la mente mi mentor al decirme el día de la incorporación «aquí decimos insecto» sin añadir nada más y presumiendo que yo entendería.

Si en Irlanda todos pueden cantar Danny Boy porque, simplemente, es Danny Boy y somos nosotros, en Colombia un vallenato con fuste es una garantía de comunión atroz, infinita, de gargantas que repiten con la emoción de los juglares el mismo somos nosotros. En alguna red social suben el video y lo titulan: «Karol G canta un vallenato y la saca del estadio». «Nos la vamos a cantar bien duro, Medallo», dijo ella. Y lo hicieron.

«Tarde lo conocí» la compuso un hombre. Incluso pienso que ese relato de mujer que anhela a un hombre casado es seguramente un sueño de ego masculino: «Si primero lo hubiera visto yo / Seguramente fuera su mujer / Pero no me importa porque sé que un día / Muy cercano lo tendré».

A ningún irlandés parece interesarle que el autor de Danny Boy fuera británico. Al final sólo quedan las emociones tal y como se interpretan. En lo alto del escenario de Karol G pone «BICHOTA». Y yo pienso que ya quisiera Madonna que la hubieran llamado bichota: es mucho mejor que «ambición rubia».

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