Siempre que un político califica una conducta de irresponsable, me llevo la mano a la conciencia. Es para evitar que la sospecha pueda conmigo: un inglés
dice que soy irresponsable si tengo más de dos niños porque el planeta, esa masa azul vista desde la luna, se pone en peligro. También me han dicho que usar Google es absolutamente contaminante. Uno tiene edad para recordar que iba a haber una nueva glaciación, que el efecto 2000 iba a echar presas abajo y para haberse atemorizado por el tercer secreto de Fátima.
Cuando miras por aquí y por allá, encuentras toda clase de argumentos en favor de una catástrofe climática en fecha posterior a mi segura muerte. Si sigues mirando, encuentras argumentos que discuten que todo eso sea siquiera predecible. Incluso
sé de uno con profusión de datos y argumentos que lo encuentra hasta bueno para muchas cosas. Sin negar que eso que se llama el medio ambiente requiere un tratamiento correcto y equilibrado, uno sospecha bastante de todo lo que recuerde a Nostradamus, San Malaquías y el día del juicio final. No puedo evitarlo. Especialmente porque tiene un aspecto horrendo a quema de brujos y a una vida oscurantista, como la de los sacerdotes que prohíben la música, o la de los que te prohiben gozar porque el cielo te castigará.
No consumiendo, sacrificando mi alimentación (comer carne, parece también muy perjudicial para el planeta) ganaremos el paraíso, un mundo que no conocemos pero en el que seguro que habrá pastos verdes y osos polares. Los antiguos, con notable carencia de instrumentos, fabricaron calendarios y predicciones de movimientos solares y lunares, pero parece que en todo este tiempo, calendario zaragozano aparte, saber si va a llover la semana que viene tiene más de arcano que de ciencia: el chamán hacía la danza de la lluvia, los curas paseaban santos. Y yo creo mucho en el poder de las matemáticas, que conste, y eso habiendo sumado lo bastante como para no dar una con la contabilidad de una empresa pequeña.
En una esquina oigo que gritan negacionista. Me resulta ciertamente desagradable. Negacionistas son los que quieren convencernos de que la persecución y asesinato sistemático de judíos, gitanos, comunistas, republicanos patrios, personas con taras físicas y mentales en manos de unos extraños militares defensores de la pureza racial no existió. La diferencia está al alcance de cualquiera: mientras en este caso hacemos arqueología de datos y contamos con testimonios, muchos testimonios, de personas vivas con tatuajes de números en sus brazos, de la cantidad de hielo, del fresco de las sierras y del calor del agua del mar, tenemos mucha más dificultad a poco que se rasque uno la mollera. Es decir, por dudar, no voy a decir como Galileo, sino por argumentar que puede que no o que, después de todo, puede que ni siquiera sea una catástrofe sino que se den otras condiciones no necesariamente conducentes a una república de insectos, tienes un sello criminal.
Los humanos son una especie muy limitada: parece que no hay tiempo en el que no ensueñen un mundo de aspecto idílico, con huríes o con manantiales que brotan en todas las esquinas y su alternativa de fuego y penalidades. Suelen crear hogueras y acondicionar esquinas de abandono para gente ni siquiera disidente, únicamente raras o balas perdidas, gente que genera duda de su conformidad con las personas bienpensantes.
Dejo tranquilo al inglés: no tengo niños. Pero casi quisiera autoinculparme para buscar absolución. He pecado gravemente de obra – no he tenido niños, pero me he comido unas cuantas vacas y he consultado Google dos veces para escribir este arrepentimiento – y pensamiento, sobre todo pensamiento, porque no lo entiendo aunque usted sabe más que yo. Creo que sólo me falta que me golpee el pecho para decirle que no soy un negacionista, que no voy por el mundo burlándome de gente que han matado o querido matar por el aspecto de una nariz o por apellidos de etimología rastreable. Y que todo puede ser: porque Malthus nunca acertó, al menos del todo, con un razonamiento matemático que salta a la vista.
(vuelvo a Google, yo, blasfemo: parece que
Malthus ni siquiera dijo exactamente lo que te cuentan que dijo)