Goirigolzarri viaja a la captura de héroes: repasando los avatares de la independencia americana, tropieza con un
bilbaíno y un
malagueño. Sus historias son conocidas, aunque por todos olvidadas aquí y allá: la monarquía española hizo todo lo que pudo por socavar el poder colonial de su graciosa majestad británica, repartió dinero y sus capitanes vencieron en
batallas decisivas para inclinar el resultado de la guerra.
La tesis es simple y no nueva: dada la fuerza del
mito fundacional en los EE.UU., es provechoso para los españoles el ser percibidos como parte de la herencia cultural esencial en la creación nación americana y prestigiar y valorar la lengua y cultura españolas para ponerla al nivel de la de los padres fundadores. Por mucho menos, podríamos decir, la Francia de
Lafayette se ha llevado su crédito. Y estos créditos en forma de narraciones y leyendas terminan siendo comercio. Y el comercio es prosperidad.
De Ugarte introduce un rasgo fino en la propuesta de recreación de estos relatos: el beneficio sería más amplio, sería de provecho para el mundo hispanoparlante en su conjunto. Un servidor de ustedes pretendía llegar más lejos: la creación de una conexión entre España y lo español como acto reivindicativo de la herencia de toda la comunidad hispánica de EEUU sería la forma de demostrar su
americanismo y su pertenencia por derecho a la esencia misma de la fundación del país que niega los visados: diversos en sus tradiciones, desamparados, despreciados y, salvo la tradición puertorriqueña de apoyo en España como defensa de su identidad, el sentimiento anticolonial perdura como prejuicio para la construcción de un relato que apoye
la identificación anglo-hispana como un único complementario.
Un paseo por las realidades y conflictos de lo que se viene en llamar comunidad latina en Estados Unidos los mostraría faltos de referencias para poder desarrollar todo el potencial de una identidad propia a la altura de la identidad anglo dominante: no sólo es la falta de legitimidad para formar parte del país que mostraría el peso y la conciencia de la emigración ilegal, sino la propia reacción de los sectores norteamericanos clásicos al temor de la aparición de una lengua que hace la competencia, una demografía imparable y la preservación, a pesar de todo, de unas tradiciones culturales que no se diluyen en lo gringo. Pero, por otro lado, coexiste la visión de lo hispánico como símbolo de valores contrarios a la ética protestante, valores propios del orgullo yanqui: su capacidad empresarial y de trabajo, su penalización de la negligencia y su castigo a la corrupción.
Pero existen héroes suficientes para hacer la conexión entre el pasado y el presente: varias generaciones hispanas en EEUU han crecido alimentadas con productos
Goya. Goya nace de la presencia española en Nueva York a principios del siglo XX como una forma de disponer de la tradición culinaria española. Una corriente migratoria que, curiosamente, da lugar a autores literarios en inglés como
Felipe Alfau y que, si bien pequeña, ha dejado sus rastros. Goya es uno de ellos y es una ejemplo de éxito de emprendedores, un empresario además que encarna a la perfección el mito del
sueño americano. Mitos para contribuir, de paso, al mismo
ansia por el emprendimiento que está unido a la exploración de Goirigolzarri. Dicho de otra forma, los mimbres para una narración que una el comercio en el espacio triangular entre el sur de los Estados Unidos, los mismos Estados Unidos y España están preparados para quien quiera usarlos.
Y aquí comienza la miseria. Las instituciones que representan el nacionalismo español son incapaces de crear, sostener y desarrollar los mitos que hagan posible la subsistencia o, al menos, la renovación del imaginario de su comunidad
tan poco real como deslegitimada por sus supuestos integrantes. CNN en español aporta la visión hispanoamericana gestionada desde Atlanta. La Rusia que recupera su sueño imperial inunda el mundo con sus canales de noticias 24 horas en inglés y en español, China emite sus noticias en perfecto en inglés británico y hasta Korea tiene emisiones en español para Hispanoamérica. Pero, con todo, el ejemplo de creación de una agenda propia, de la aportación de un punto de vista no supervisado por el anglomundo con las mismas reglas de profesionalidad y gestión que ha creado la eficiencia anglo es
Al Jazeera.
Al Jazeera es capaz de dar una visión propia del mundo árabe hasta incluso entrar en conflicto con instituciones árabes. Da voz a los que usualmente no tienen voz en árabe y en inglés. ¿Podría una RTVE dedicada a la propaganda electoral y a la recreación de los anticuados mitos de la derrota republicana y el antifranquismo romántico disponer de eso que antes se llamaba una visión de estado, ser inventores de una emisión capaz de crear una agenda propia del universo hispanoamericano e introducirse en la realidad del mundo en español de EEUU como el nuevo punto de vista, en español e inglés? El Telesur de Chávez tiene más mérito, con su desternillante sesgo, que todas las emisiones de eso que llaman el canal internacional, vergüenza de diplomáticos y exportadores del Reino de España.
Pero la incompetencia de los centenares de millones de euros invertidos en pérdidas de televisiones públicas que subvencionan equipos de fútbol y nuevas identidades obligatorias, no termina allí. Sin pasar por las calamidades de medios y actitudes del servicio exterior español, la política cinematográfica destinada a defender la identidad española (y, claro, supuestamente la de las plurinacionalidades españolas, ese mito fracasado de la Transición) en forma de excepción mercantil y en nombre de la cultura, es totalmente incapaz de crear una corriente sostenida de producto que sirva para triunfar en el primer mercado del mundo, el mercado que genera las tendencias de entretenimiento y, por ende, culturales por encima de cualquier otro: no sólo Santa Claus es de color rojo por culpa de coca-cola, sino que pasa a formar parte de los ritos familiares de medio mundo por culpa del cine.
Décadas de protección del llamado cine español como avecillas heridas caídas de un árbol de una especie protegida, no han servido ni siquiera para que aparezcan estructuras empresariales que unan los mercados de lengua castellana. Sólo se es capaz de disponer de un paternalismo destinado a mantener la actividad de los buscadores de rentas. El fracaso es de tales dimensiones que resulta ridículo de puro patetismo la insistencia en medidas y medidas de protección de lenguas y mercados mientras que su verdadera razón de ser, la de la lógica del estado nacional, no se cumple.
¿Es la construcción de una fábrica de sueños transatlánticos una necesidad para los nuevos mercaderes de la era electrónica? ¿Pueden y deben hacerlo ellos?