En algún momento de Hannah Arendt, el personaje de ficción le viene a decir a uno de sus interlocutores – cito de memoria – que ella no ama a los pueblos, sólo a sus amigos. Ser judía, plantear una visión diferente de por qué y cómo fue posible que Adolf Eichmann hiciera lo que hizo, le costó ser vista como traidora a un pueblo. Hablar en público o privado en la tesitura corriente de la independencia de Cataluña es como pretender hablar de Belén Esteban sin caer en la estupidez: puntos de partida absurdos con argumentos intelectualmente sonrojantes y el mismo nivel de serenidad intelectual que el propio de la comunicación de masas, la reducción de todo al mínimo común denominador de las entendederas. Tengo argumentos bastantes para que uno y otro bando me llame traidor.