The Economist apela a su tradición liberal escocesa (Adam Smith, Hume) para iniciar el relato de su anhelo por la permanencia de Escocia en el seno del Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte: el artículo viene a decir que si te quieres ir, ellos mismos no son nadie para impedir que te marches, pero que la decisión no tiene excesiva justificación práctica y que, por encima de todo, creen que estarán mejor juntos y piden a los escoceses, con toda amabilidad y afecto, que decidan lo contrario.
Una campaña de muchísima musicalidad elaborada de forma independiente por publicitarios de prestigio pide a los escoceses que se queden. We love you, cantan, dicen que se han reído y hasta luchado en guerras juntos para, finalmente, declarar please, don’t go. Please. Uno puede añadir su firma a la campaña y resulta que la suscriben un montón de conocidas celebridades a la altura de Mick Jagger.
Hubo una vez en que se quiso que lo que se viene llamando catalanes y españoles dejaran atrás el histórico conflicto político de poder e identidad que es conocido por todos: se le llamó Operación Roca por ser Miquel Roca i Junyent, el segundo del partido catalán más catalán, quien lo lideraba para ser candidato a Presidente del Gobierno. Se juntó con unos madrileños que bajo el nombre de Partido Reformista Democrático crearon una espacie de coalición por la cuál unos se presentaban en casi todo el país y Roca desde Barcelona y con su partido, CiU.
A Roca le insistieron constantemente para que se presentara como número uno de Madrid y no de Barcelona. Él, en cambio, insistía en que no, que él y su partido eran de allí. Tras la estrepitosa derrota (el nuevo partido no alcanzó ningún diputado) le volvieron a hacer la pregunta de si no hubiera tenido que ser candidato por Madrid. Y él respondió que esa pregunta había que hacérsela a España: por qué un señor de Barcelona no podía ser candidato – es decir, ser elegido – Presidente del Gobierno siendo de y viviendo en Barcelona y no en Madrid.
La pregunta, que no creo que nadie recuerde porque es mi memoria de algún telediario de la época, sigue terriblemente vigente. Las odiosas comparaciones nos llevan a recordar el boicot al cava y a las páginas que el ABC o La Razón (supongo que no son los únicos) dedican todos los días a las terribles plagas y desgracias que se desatarían sobre el ser y el etos catalán si es que se fueran, tanto si es dando un portazo como si se hace con una carta de amor no correspondido.
La patria es definida a veces como la niñez. Es un enfoque verdaderamente poderoso: la infancia es una pérdida sentimental que acarrea nostalgia repleta de emociones que se debaten entre la felicidad y las lágrimas. La patria sería, pues, un sentimiento. Parece pertinente preguntarse por qué los que se presentan como patriotas no son o no parecen ser capaces de elaborar relatos que sugieran emociones felices. La respuesta dejaría seguramente demasiada zozobra y probablemente a concluir que no hay infancia que valga.