Criticidades

Sindicalista en acción

Hablamos de una joven de 35 años que resulta ser secretaria de juventud de Comisiones Obreras de Madrid. Su educación es la de «Formación Profesional e imagen y sonido» y trabajó como editora de vídeo en Telemadrid. Honestamente, uno debe empezar aclarando que esto le afecta a sus sentimientos y vísceras: servidor ha tenido que negociar con comités formados por personas de esta misma trayectoria, así que confieso que tengo un prejuicio clarísimo: el de haber comprobado una y otra vez el desconocimiento profundo por personas de trayectoria equivalente de las materias jurídicas, económicas y empresariales que azotan a una empresa que, a veces hay que recordarlo, se las tiene que apañar para pagar su nómina todos los meses. Le vaya bien o le vaya mal. Porque si le va mal y no tienes dinero para pagarla, no esperes que te digan cómo podemos hacer, sino que tienen derechos. Además, esta joven señora proviene de una empresa pública que se paga más que parcialmente con impuestos en un sector donde, por supuesto, la media de los sueldos públicos es muy superior a la de los equivalentes privados. Es decir, ella siempre ha cobrado más que los demás sin importar el resultado de la compañía. En una compañía donde el resultado no importa.  Se me ven los prejuicios hasta el tuétano. Les presento mis disculpas de antemano.

Así que a esta persona de la que no puedo decir nada de su trayectoria personal ni de sus lecturas y que, por tanto, estoy enjuiciando a base de suposiciones por derivar un determinado contexto a una circunstancia individual, es interrogada por una reportera a quien le da por hacer una pregunta que uno piensa que no suele ser para simples mortales, si exceptuamos aquello de la intuición que proporciona la economía doméstica: eso de que toda familia sabe que si gasta más de lo que ingresa no podrá pagar. La pregunta y la respuesta, son como sigue:

¿Y qué haría para aliviar el déficit? «Aumentar los impuestos de los que más tienen, recuperar el impuesto de patrimonio y fomentar la natalidad aumentando la escasa oferta de guarderías públicas para que la gente tenga hijos»

Magia potagia. Es decir, subimos los impuestos «de los que más tienen» sin importar, por supuesto, si los que más tienen ya pagan una tasa justa o no sobre lo que legítimamente ganan o tienen (¿la justicia debe ser igual para todos?), recuperará el impuesto del patrimonio sin decir si gravará los pisitos de todos los que van justitos con su hipoteca y que son los felices titulares de una vivienda y que parece que son a los que quiere salvar y que tengan hijos. No sé si sabe que la vivienda es patrimonio. Tampoco calcula si las guarderías públicas (¿alguna posibilidad de que yo ponga una?) costarán más o menos que los impuestos que recauda. No considera tampoco que los empleados de esas guarderías públicas se pagarán con esos impuestos y que, dada la trayectoria de la función pública española, puede que terminen de funcionarios de guarderías para toda la vida sin importar cuántos niños haya. Por supuesto, con derechos, es decir, que si sobran niños en un sitio y sobran funcionarios de guarderías en otro, trasladarlos no se podrá hacer sin determinadas prebendas, garantías y protecciones.

Finalmente, se espera que la presencia de guarderías llevará a que la gente tenga hijos al decir abracadabra y, por tanto, por las implicaciones de esta premisa, debería traernos riqueza y, seguramente, pensión futura al haber más cotizantes (entrar en si tendrán empleo o no, es otro cantar): por supuesto, no se plantea que tener más hijos implica más gasto público en educación – por supuesto gratuita – que deberán pagar esos impuestos que ha subido o, a lo mejor, otros nuevos. Tampoco se plantea si en familias de ingresos bajos tener más hijos no es diluir el esfuerzo de educación al suponer más costes criarlos y educarlos (que no todo es el cole) y, curiosamente, la posibilidad de que tengan menos éxito laboral y terminen cotizando menos de lo previsto. Añádase que el incremento de población y de niños, aumenta los gastos sanitarios y de transporte, por supuesto públicos, que deben ser pagados con los mismos impuestos que ha subido o, si no llegan, con otros nuevos. Dirá que esos nuevos niños terminarán generando riqueza, pero no dice a cuántos años y si, después del esfuerzo, tendremos la suerte de que nos reduzcan esos impuestos que ahora ha habido que subir.

Pero lo que resulta más chocante es constatar esa curiosa coincidencia entre curas y sindicalistas: tengan ustedes niños, muchos. Crezcan y multiplíquense, que vienen con un pan debajo del brazo. Sin embargo, lo que le choca a la reportera no lo es tanto, es aquello de que no es lo mismo predicar que dar trigo. A la joven sindicalista se le va pasando el arroz para tener niños: «Pero ella no se aplica el cuento. «Es algo en lo que pienso a corto plazo. Mi madre me amenaza, dice que si tardo mucho será mayor para echarme una mano«. Guai. Le «pone mala el tópico del sindicalista vago«. Toma, y a mí. Que está quien dice que los tópicos son verdad.