Cualquier internauta de medio pelo envuelto en peleas cibernéticas es capaz de recitar unas cuantas citas célebres y, no son infrecuentes, las orwellianas. Así, el clásico «quien controla el pasado controla el futuro» es fácil que surja en medio de cualquier polémica al uso. Seguramente no todos recuerdan que el Ministerio de la Verdad del mundo del gran hermano orwelliano se encargaba precisamente de estas cuestiones, para lo que recurría a reescribir y republicar las noticias de pasado una vez que el relato del presente no es convenientemente referido por ese pasado. Así que lo que ocurrió no ocurrió sino que ocurrió lo que digo que ocurrió. Para el internauta algo avispado, se trataría de un problema analógico, pues las cosas en red quedan cacheadas en cualquier esquina y alguien te recuerda que has reescrito lo que te definía y que ya no te define. Es más, en seguida se lo cuentas a cualquier parvenú que se quiere arrojar con pasión al liderazgo de ese fascinante espacio que son las redes: como en el software libre, es mucho mejor para la calidad y seguridad del código la certeza de que cientos de ojos repasan las líneas de tu programa y corrigen los errores. En el texto puro, sea periodismo, blogging – que no sé por qué le pongo diferencias que, en frío, las tiene – los ojos de una audiencia que sabe o que repasa más que tú vienen a ser el mismo efecto: por eso enseñamos a tachar y respetar el proceso de construcción de tu credibilidad. Pero siempre hay quien prefiere destruir todos los puentes de su enrededor y olvidar que las cachés no entienden de reelaboraciones, sino que preservan la enmienda por mucho que se quieran resucitar fénixes.