Criticidades

Del juicio a los rebeldes

Supongo que como era una obviedad que no le entendían, fue y lo explicó. Me ha llamado mucho la atención no por sabido, sino porque llevo dándole vueltas a la misma idea varios días no sé si de un modo diferente, pero al menos con mis pálpitos, mi forma de dudar de las cosas y explicármelas. Al asumir desde el acervo indiano que cualquier análisis está supeditado a la ética hacker, ética que se presenta como propia, aceptada, con el bagaje, los matices y los discursos que son fruto de una evolución también propia, se está definiendo el marco de respuesta al fenómeno revolucionario de consumo que no sé si nos asola.

Dibujemos algunos círculos en el lienzo y tratemos de unir los puntos: decir «no me gusta lo que veo y, por tanto, no voy» a la algarada es saludado con críticas ácidas, por segundos inculpatorias. Un punto en común reside en la cuestión de los mínimos: protesta que algo queda, será imperfecto pero, al menos, hacemos algo. Otro nexo es el de la dialéctica de la tipología de propuestas, básicamente si lo que parece que se propone es lo que se parece que se propone, incluso si se llega a proponer algo. Los relatos emplean constantemente el recurso a la frustración, el cabreo y el agotamiento. ¿A qué? ¿A la realidad? ¿A sus propias vidas y acciones frente a esa realidad percibida? ¿A sus ansias más íntimas de épica y romanticismo?

En otra parte del lienzo están, vamos a llamarlos así, los geeks: un conglomerado de techies, el conjunto ideológico/sociológico de héroes del social media, el movimiento de las startups tecnológicas, resistentes antisgae pero siempre en un punto confuso y poco debatido sobre lo que es la propiedad intelectual en realidad, militantes de ciertas sensibilidades intelectuales propuestas por teóricos y académicos de la sociedad digital. Este conjunto de geeks tiene, a mi juicio, un papel muy interesante: repletos de citas de Tim Berners Lee, Stallman y gente por el estilo, abanderados de licencias creative commons y todo el ordenamiento estético de una red libre y neutral, son creadores de un discurso que, a veces hasta nominalmente, es heredero o convive con la ética hacker tal y como se entiende por héroes como Peka Himanen.

Diríamos que la paradoja, como analistas y a ratos difusores, no se sabe si cómplices o consumidores satisfechos agregados a las corrientes mayoritarias de consumo, reside en que han abrazado de modo acrítico lógicas contrarias a las propuestas por hackers y herederos del software libre: una cosa es aceptar la realidad de mercado de un aparatejo como Facebook (del que no me cabe duda que su fundador entiende mucho mejor que ellos, precisamente porque sí era un hacker, puede que pasado al lado oscuro) y otra es hacerle el caldo gordo y ponerlo en un centro de protagonismo substitutorio de todo lo que les hizo libres, a veces famosos y bastante independientes cuando saludaron el amanecer del dos-punto-cero y la era del blog como cambio social. La afinidad al blog como centro de la relación digital hace tiempo que desapareció, siempre amparada en esas lógicas de lo que es in y lo que está out.

Al tirar rayas para unir estos puntos, me sale una cosa: el discurso populista, beatífico, naif, falangista/colectivista tan propio del sustrato de categorías morales ibéricas (con sus cosas, el que más me gusta cómo lo explica era Brenan) se envuelve con el discurso de la acción geek (Sinde, redes sociales al poder) que se tiñe con el elemental sentido de la indginación de cualquiera que analice lo que publican los medios de masas: tanto de su relato de la vida política como el resultado de su agenda, la agenda mediática. Una indignación que puede alcanzarse desde una mirada crítica a ese andamiaje, como desde la mirada contraria y más frecuente: la de todos los que siguen pendientes de ella como ventana real del mundo. De ahí que pidan socorro a esos medios.

La conclusión es sencilla: nunca hubo ética hacker en el movimiento ni en el discurso del abanderamiento de los geeks, aunque lo pareció cuando asumieron la ética y el relato del dos-punto-cero. La socialización digital de todos los nuevos entrantes a servicios participativos en la red ha producido una destrucción de las dinámicas verdaderamente interesantes (útiles, necesarias o liberadoras) que se generaron con el auge del vocablo dos punto cero: los blogs se asemejaban profundamente a un movimiento deliberativo libre y distribuido, las conversaciones (con sus excesos, sus trolls, sus spammers) eran autónomas e invitaban a crear mundos propios. Hoy hay que volver a explicar a los entrantes en reuniones interminables cosas que eran reglas de oro, la netiqueta más simple, que no se escriben mayúsculas si no quieres gritar, que no se debe falsificar los argumentos, atribuirse falsas autorías o crear perfiles falsos porque serás descubierto, que se trata de desintermediar a los medios y no querer ser el medio o esperar la ratificación de los medios. Por no hablar de gente que grita y asegura sentirse plagiada o vulnerada porque otro toma la misma fuente que tu y cuenta cosas parecidas a su manera.

Que nunca hubo una preponderancia verdadera de lo hacker, no es algo que no haya explicado David y no se le ha escapado al relato ciberpunk. Pero la dificultad de explicarse, incluso de desentrañar la revolución y los sentimientos encontrados que genera reside en ello, precisamente en eso mismo: que quienes más virulentamente critican la crítica al movimiento han adoptado parte del relato sin haber asumido lo que es. Lo han abrazado como un substituto estético de la épica y la acción revolucionaria tal y como la entendería un nostálgico sesentayochista, a ratos en su peor versión española, la nostalgia antifranquista. Nostalgia como una especie de venganza, como canalización de una ira por lo que no fué (la expulsión del dictador, la sociedad sin clases, la restauración republicana) que en algunos momentos aflora discursos que encuentran la justificación de la violencia per se: pancartas y vociferantes líderes diciendo que seiscientos euros de sueldo son violencia es la antesala del ojo por ojo, tu me pegas con un sueldo, yo te pego con una estaca.

La indignación es indignación ante la obviedad de que el sistema no funciona, no funciona ni en sus presupuestos honestos: es decir, no solo no funciona por su lógica (una forma determinada de representación política, de tomar las decisiones en territorios de escasez, en la aspiración a las coberturas universales de todo tipo de necesidades imaginables, de supuestos logros del progreso…), sino que no funciona ni en la coherencia de los personajes que lo encarnan ni en su estética: valga como ejemplo la hipocresía de las empresas de medios que venden su caracter de poder institucional compensatorio del poder oficial y su capacidad de chantaje para obtener licencias y privilegios. Por tanto, ¿cómo no estar de acuerdo en que es legítimo rebelarse o en que contra lo que la gente dice rebelarse merece claramente una rebelión? La explicación que he dado, será calificada en cuanto me descuide como un discurso conservador y liberal, entendido esto como insulto hacia un depredador que oculta a las mismas fuerzas que producen la indignación. Suele ser lo típico de matar al mensajero. Creo.

El rollo internet vendido como elemento diferenciador de la revuelta y como garantía y justificación de un mundo nuevo oculta, o ignora porque lo desconoce, que se trata del discurso de internet de los consultores del marketing y no el de los hackers, aunque a ratos se le parezca y es ese parecido lo que lo hace cool. Como sólo se le parece y es una oportunidad para cambiar canales de comunicación (que sí, son diferentes, pero que queremos usar como siempre), los protestantes y los críticos con los críticos de la protesta están atrapados en ello y no entienden y no pueden entender por qué no pueden ser seguidos: porque no cambia nada desde la lógica hacker y porque en su ira por no ser seguidos no pueden soportar ver que su ansia de protesta sólo oculta el recurso a los mismos métodos, supuestos y agenda que la ética hacker daba por descartada, y que son tan conservadores como los mismos causantes de su indignación.

Curiosamente, es la misma razón por la que muchísimos consultores de marketing y redes sociales fracasarán en cumplir con sus promesas: porque están usando las herramientas que inventaron los hackers sin emplear o aceptar su lógica interna, una lógica interna difícilmente vendible al cliente porque cuestiona su propia lógica de trabajo, algo que tarde o temprano aflorará mostrando su contradicción de un modo, además, probablemente cruel: ni les funcionará lo viejo ni les funcionará lo nuevo porque no se han renovado. Y este es el razonamiento de fondo: la desvirtuación del relato hacker para hacer marketing directo o explotar el negocio de las conferencias de management es el que provoca el absurdismo revolucionario en Twitter y Facebook y la sobrevaloración mediática de las acampadas, los hashtags y el recurso desesperado a demostrar que las campañas en la red han aumentado el número de votos blancos. Por eso se desgañitan en hilos de comentarios inmensos. Mientras, miradas teñidas de un izquierdismo o un progresismo como forma de fe sobrenatural, se quedan mirando al discurso «al menos hacemos algo, no somos jóvenes ni-ni», y de paso encuentran una forma digerible de abrazar una vieja épica revolucionaria y recuperar, casi por ausencia de otro discurso o por carecer de él, una especie de vieja agenda de la explotación en la sociedad industrial haciéndoles sentirse bien.

Me decía Versvs por chat, dale, escríbelo, escribe lo que la revolución no pide. Y tendríamos que estar diciendo por qué otra cosa, pero está escrito mejor y llevo muchos párrafos. Me parece que Boldrin se lo dice a Urrutia de un modo muy sintético en ese enlace de apertura incierta por los desconocidos que caigan por aquí: la esencia del capitalismo que viene es «disipar las rentas». La disipación de rentas define y resume en sí casi todo lo que es socialmente bueno en el sistema capitalista y la competencia.