Aroma. Posesión. Acceso.

No es porno:

Cuando le compro los primeros cuentos a mi hijo, cada vez tengo más la certeza de que cuando sea mayor y eche un vistazo al entrar en su habitación, no encontrará los libros que nos recuerdan quienes somos y qué lugar ocupamos en el mundo.

Pero seguiremos contando cuentos. El nativo digital recién nacido no añorará el atesoramiento de ejemplares (qué horror llamarlo copias, eran ejemplares). La vieja mente en transición encuentra aquello que le ayuda a explicarse en las paredes. Luego, el nativo digital, que tendrá paredes limpias, se explicará de otra forma. ¿Será un ser en búsqueda? Perdón por el desviacionismo constante de este texto que, en realidad, sólo pretendía dar cuenta de estas cuatro líneas por toda su poesía, pero derivo: el niño que encontrará su lugar en el mundo al asegurarse las fuentes de acceso aún no sabe que será ese su motivo de pugna social. Desde nuestras estanterías llenas, no lo acabamos de creer, pero las islas autosostenidas en que nos vamos convirtiendo necesitan del acceso para seguir vivas. Vivir tomando consciencia de quién tiene la mano en el enchufe sugiere, claro está, que todas nuestras categorías de pertenencia y reclamación han mutado o debieran mutar.

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