Frustraciones cinematrográficas (iv)
miércoles, 2 septiembre 2020La casualidad me llevó a encontrar en un canal de cable una reposición de Barry Lyndon. Reposición, caigo en ello según escribo, es un término verdaderamente obsoleto e impropio de una era en la que se decide qué ver y cuándo, por lo que reponer, una fenómeno de recuperación frente a la incapacidad de decidir, no es una categoría. Pero me desvío. Barry Lyndon sigue siendo esa belleza de tratamiento que encontró Kubrick para la luz y el barroco. Como toda revisión de una obra de arte, reencontrarse supone hallar elementos que no sólo no se recuerdan, sino en los que no se reparó durante la experiencia inicial. Es posible que el lector recuerde un momento en el que Lady Lyndon camina por la orilla de un río, sin duda de sus predios, cuando a lo lejos descubre la imagen de su esposo besándose con una criada. Kubrick resuelve el foco de atención con un zoom veloz y gigantesco que resulta grotesco para la narración de la historia: es inevitable percibirlo como un efecto óptico forzado y contemporáneo, y no el efecto de un catalejo que portara Lady Lyndon y que no, no lleva. El descubrimiento dota de un poso acartonado al filme que, súbitamente, nos asoma a una grieta del paso del tiempo.