Lujos privados, anodinos y cotidianos

La anécdota debe ser apócrifa: a alguien le leí que a Gorbachev, en plena orgía de predesmantelamiento de la Unión Soviética, le dijeron que los occidentales eran capaces de hacer cosas inceíbles. Por ejemplo, le decían, hacen jeringuillas que no duelen al clavarse en la piel. Cualquiera que haya tenido una infancia donde el practicante iba a casa con un cacharrito con agujas metidas en alcohol que quemaba antes de inyectar, sabrá a lo que me refiero. Cualquier visita al dentista, por aversión que se le tenga a la situación, permitirá reconocer que la levísima picadura de la anestesia bajo al lengua o la encía es, simplemente, asombrosa en su inanidad.

Nadie llama a eso lujo. Para mi, lo es. Tengo mi propio lujo privado y anodino: las sartenes de cerámica. Por alguna razón oscura, no soporto una sartén con restos de grasa, ennegrecida por su parte inferior, masacrada por horas de fritura. Las friego con sumo cuidado y tengo mi criterio de éxito: al secarse no puede quedar rastro de aceite ni tono oscuro al pasar un papel de cocina. Las sartenes de cerámica con las coberturas que tienen sea de lo que sea, se dejan enfriar sin jabón y con un fregado sencillo con abundante espuma escurren toda la grasa y todos los restos con la misma limpieza que las jeringuillas contemporáneas horadan piel y vena.

Qué espectáculo ver unas almejas que se abren tras haber sofrito unos ajos, cómo sueltan su jugo. La espuma que crean, añadir un chorrito de vino, un poquito de caldo y su perejil. Y luego tener la sartén limpia para la siguiente pitanza. Reducir el tiempo de fregar me parece lujo. Que dure limpia es un lujo. La vida contemporánea tiene mucho de lujo. Mi lujo infantil era poseer todas las películas, todos los libros, toda la música que existía y tenerla accesible siempre que quisiera. Eso le daba misterio: era escasa y medio inaccesible, una fiesta cuando un amigo tenía un disco mítico, tantas veces carísimo e inencontrable.

Sartenes livianas que resuelven manjares con eficacia y no desincentivan el proceso por la amenaza de limpieza posterior, libros, sonidos e imágenes siempre en mis dedos, en mi conexión. Un sitio para escribir, una ventana para encontrar cincuenta variantes de cada receta, para contar y polemizar. Supongo que esto debe ser un síntoma de madurez o hasta vejez: los lujos más grandes son cotidianos y anodinos y casi no puedo imaginar qué lujo puede ser superior. Es como si las aspiraciones de placer pudieran colmarse todas y ya no tuviera sentido desear nada más.

Bueno sí, más pequeñas cosas: tomates que huelen y saben. Pescados del día. En realidad, no las cosas que llaman naturales, sino las cosas han madurado a su manera y que muestran texturas olvidadas por el mero hecho de su accesibilidad masiva. La experiencia de escuchar música la sigo haciendo en cedés, con amplificadores analógicos y altavoces de toda la vida, los mismos altavoces que tengo desde los trece años. Asumo que esto es obsolescencia, pero se trata de vivir tu propia vida, con sus costes: hay cosas que ya no puedo experimentar como el mundo que me rodea, sino como el que se va.

8 Respuestas a „Lujos privados, anodinos y cotidianos“

  1. Bianka Hajdu Dice:

    Qué magnífica idea de regalo de reyes me ha dado usted.

    Ah, recuerdo que al ir al dentista con el colegio no nos ponían anestesia porque dolía más que la intervención, que generalmente era poner empastes y sacar muelas. Es verdad lo de las jeringuillas.

  2. Gonzalo Martín Dice:

    De nada.

    Y eso me recuerda haberle oído a Manuel Delgado en la radio que el regalo era generalmente un acto absurdo. Él no usó nunca esa palabra, pero resaltaba que regalar algo práctico, por ejemplo una sartén (palabra que sí usó) se veía como absurdo a pesar de su valor. El regalo no tiene justificación de utilidad, sino de compromiso pagado con algo que, deseablemente, impresione.

    Tire palante.

  3. davidgnavas Dice:

    En mi caso la idea me la has sugerido para auto-regalo 🙂
    Este texto ha llegado a pulsar ese botón que deja escapar empatía, recuerdos y emociones en una misma envoltura.
    Que disfrutes el fin de semana.

  4. Jose Alcántara Dice:

    Y a mí siempre me queda la duda: los cuchillos de cerámica tienen fama de ser tan buenos como frágiles, ¿las sartenes superan esta debilidad? Porque uno oye hablar maravillas… y no sabe que pensar del asunto.

  5. Gonzalo Martín Dice:

    @Jose Yo tengo una puntilla (cuchillo pequeño) de cerámica. Y es brutal.

    De la sartén sólo sé que te dicen que no frotes tenedores ni cuchillos. O algo así.

    No soy, aunque lo parezca, un experto. Sólo un tipo encantado con sus sartenes.

    @david me siento papá noel 🙂

  6. Isabel Dice:

    Siempre sorprendente, Sr Martín, aunque lo de las sartenes ya había salido alguna vez en aquellos tiempos de facebook y la compota con pimienta 😉

  7. Gonzalo Martín Dice:

    El caso es que me suena que he escrito sobre las sartenes. Pero no encuentro dónde. Pero la compota de pimienta… no me suena. ¿Era panacota?

  8. Gonzalo Martín Dice:

    Comentario tardío por persona interpuerta -servidor- de @editora: «Teoría de mi madre, en conversación telefónica:

    “Claro, a la gente que se dedica a esto de las revistas, los libros y los papeles les parece que todo lo que hacen está muy bien y que cuesta mucho hacerlo y por eso quieren luego sacarlo por todas partes y que lo lean todos, pero también al que pone inyecciones le debe de parecer que sus inyecciones son muy buenas y no por eso las va poniendo por ahí a todo el mundo”.

    En su blog.