Making a Murderer
Que la realidad siempre supera a la ficción es una sentencia que parece desarrollada para el siglo XXI. Es improbable que se pueda demostrar que nunca antes ha habido tantos elementos para ilustrarla con datos, imágenes, sonido y texto como lo que sucede hoy. Eso es Making a Murderer.
No hay serie de abogados – hábil guión, hábil narración – que pueda generar tal capacidad de involucración emocional que la contemplación de las voces reales y las imagenes reales de policías, acusados y abogados en la vida real tal y como fue, editores aparte. Por supuesto que la conmoción de una narración así (es imposible saber si el acusado es culpable, pero precisamente por eso te apuntas a la tesis de la duda razonable) ha generado una controversia donde se incluyen las omisiones y sesgos de las autoras que, es evidente, votan por la absolución del acusado: ellas tienen sus buenos y sus malos.
Interesante como es, interesante como será la evolución futura del caso cuando, al igual que sucede cuando el juicio se hace mediático en contra del acusado, la oleada de protestas pública conduzca a alguna forma de revisión del expediente, lo menos señalado – a nadie se lo he visto en España desde luego – es algo todavía mucho más asombroso: ¿cómo es posible que todas las conversaciones entre presidiarios y sus familiares, entre policías y sus sospechosos, entre la policía y su atención pública, todos los archivos en papel, las pruebas, las imágenes de todas las vistas judiciales estén disponibles para usarse en una pieza documental que, aunque no por definición, está más cerca de las artes liberales que del periodismo o el ensayo sociológico?.
Varias líneas de comentario: transparencia por definición legal y jurídica. La policía y la justicia de EEUU tiene que dejar rastro de realidad de sus actuaciones y ese rastro es de acceso público. Una evolución de la “audiencia pública” de los tribunales de toda la vida en busca del juicio abierto frente a la manipulación y que se produce con tecnologías propias de su tiempo y por toda la “cadena de valor judicial». ¿Pero cuántos lugares en el mundo permiten hacer esto? La pregunta, que parece realizada para hacer una apología de los EEUU, lo es aunque no se quiera. Seguramente no son los únicos. Pero estoy esperando ver en vídeo los interrogatorios de los presos de ETA – con esto me van a fusilar – o el juicio de Otegi por provocar todo lo que puedo y más. O del 15-M a mayor beneficio de la conspiración.
Making a Murderer tiene una tesis, parece que posible, pero la cuestión no es la tesis, es la capacidad de haber podido elaborar la tesis con los documentos reales. Y lo más interesante es que el debate de fondo es cómo asegurarse de que se tiene un juicio justo (ver el vídeo).
P.D.: Y Netflix ha vuelto a conseguir una pieza para generar una notoriedad de marca imbatible. Lo cual no es sospechoso, es un signo del cambio de fuerzas en la configuración del mercado audiovisual.
Etiquetas: making a murderer, otegi
10 enero 2016 a 15:03
Debo estar exagerando: en mi memoria, todos los grandes juicios locales de los últimos tiempos han tenido imágenes reales en todos los telediarios. Ignoro el acceso a interrogatorios y sumarios al completo. Pero, desde luego, el ejercicio documental y/o artístico de crear narraciones de los grandes temas de la agenda llamada pública a partir del vídeo y el audio real de los tribunales puede ser que abriera casi un género. O un campo de ensayo.