Alguien tenía que decirlo
“No me gusta el sabor a gas que deja el soplete en la piel requemada”
Le debemos este arrebato de luz a Julia Pérez, señora de procedencia ignota y vida desconocida que cita el célebre José Carlos Capel narrando un festín con el mucho más célebre Jose Andrés. Unos salmonetes y una caballa han sido pasados por el soplete de una cocina de alta reputación y, en fin, Doña Julia comenta lo que para mi siempre ha sido obvio. No tiene respuesta de ninguno de los sabios comensales que se narran en el relato: se desconoce, por tanto, si la élite de la gastronomía comparte aprobación de esta técnica que resulta llamarse yakishimo. Esta hallazgo me provoca un pequeño momento de tristeza: pensé que el soplete era alguna invención de cocinero contemporáneo occidental reinventando el pescado crudo japonés y resulta ser, qué le vamos a hacer, propio de la tradición nipona. Tanta delicadeza en el trato del pescado, en las flores, en el mismísimo empapelado de cajas y regalos, en las tazas de té… ¿y cómo han podido cometer este fallo? Nadie es perfecto.