A veces la memoria tiene razón

En mis recuerdos, éste era un país en el que se hablaba de tráfico de drogas y de traficantes de drogas. En el colegio me enseñaron que una forma de creación de nuevas palabras era, se siente tan obvio que parece absurdo notarlo, por combinación de otras palabras.

Cuando el mundo era pequeño y llamar por teléfono a Bogotá ni era gratis ni se hacía con trivialidad, el sonido de las expresiones latinoamericanas -antes, hispanoamericanas- era sorprendentemente extraño por su creatividad y su legitimidad castellana. En definitiva, era raro. Narcotraficante es algo que aprendimos a decir, pero que no decíamos.

A veces pienso que esta es una reflexión propia de alguien que no tiene demasiado que hacer. Pero ahí la dejo, como quien se sienta en la terraza de enfrente con un vermú y unas patatas fritas y se pone a decir cosas que dan enteramente igual, tengan la pasión que tengan. En otras ocasiones pienso más allá: que no es más que la bobada de uno que se hace viejo.

Pero resulta que es cierto y que la memoria no me ha traicionado y, sí, otro país existió. Un país con otras palabras. Encontré, no sé cómo, ésta noticia en El País en alguna búsqueda de las que devuelve el fondo más hondo de los textos de la red y que relata, por cierto, uno de los episodios más famosos de la sangrienta épica de Pablo Escobar Gaviria, el asesinato de Rodrigo Lara:

Uno de los asesinos fue muerto por los escoltas del ministro; el otro, capturado vivo, implicó en el atentado a los llamados narcotraficantes, los mafiosos colombianos que controlan el tráfico de cocaína hacia Estados Unidos.

«Los llamados narcotraficantes,» en itálicas. Los mafiosos colombianos no eran series de televisión. Tan extraño para los lectores de entonces que hay que aclararlo y ponerlo en cursiva porque… la palabra era desconocida o inexistente para el oído español. Eran traficantes de drogas. Narcóticos.

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