Haciendo paté con los paradigmas
Las casas de hoy, son pequeñas, o bien las de los ricos son modernas y de grandes cristaleras, sin sitio para cuadros o libros.
El hijo de Berlanga
La colección de libros de Berlanga padre no tiene quien la compre. Las que yo tenía, tampoco. Romper el romanticismo de montañas de papel, con sus portadas persuasivas y los cantos para identificarlos requiere tomar conciencia del polvo que acumulan.
Es difícil.
No vuelves a abrir, prácticamente nunca, los libros que leíste. Para qué hablar de libros técnicos o de pura enseñanza. Pero desprenderse de ellos es una renuncia a un intento de memoria: saber que está ahí el placer que tuviste, la cita aguda, la ventana a un paisaje nuevo que se abría sin poder regresar.
La belleza gráfica, el tacto. Llevarlo en la mano.
Leo cosas de vez en cuando que se aseguran que la atención es menor en un libro electrónico y que la pura experiencia es menos inmersiva. Puedo llegar a ello, casi lo siento. ¿Porque un cerebro entrenado en papel y tinta durante tantas horas no puede prescindir de ello?.
Pero me libré de subrayar, de guardar notas y no poder encontrarlas. Y con la electrónica ahí están. Mi cerebro es feliz cuando reencuentro las notas y las pongo, por ejemplo, aquí.
He llegado a pensar que un mundo perfecto es el que leo en papel, pero al lado tengo la copia electrónica donde voy dejando las notas. Pero es un trabajo denso, hercúleo, que altera los ritmos o requiere de disciplina para regresar tras la lectura.
Así que renuncio a llenar el espacio, a la imagen de la biblioteca como refugio y como autoafirmación. Y el papel que encuentra su momento, que quede posado en algún lado sin miedo a que no sea biblioteca.