El día en que mi sobrina dejó los peluches

Era domingo y cruzaba la calle sonriendo en la distancia. No hay mayor conciencia del paso del tiempo – y de su impuesto: el hallazgo de que el tiempo, ya, se descuenta, no suma – que contemplar las caras de los niños trimestre a trimestre. Un día dejan de tener cara de niños y ese día era domingo en este particular caso, el de mis ojos admirados, enternecidos al comprobar lo que ya tus padres tuvieron que ver en su turno y que tu no querías creer. Como no querrá creerlo ella:  del rostro de la infanta que espera la presencia del adulto como envoltorio, como piel protectora, al brillo de quien toma conciencia de que el destino es suyo. Luminosa, mayor, parecida a un adulto, pero sólo tomando conciencia de que lo acaricia, es la primera vez que piensas que lo que cruza la calle es una mujer.
Ese domingo ya estaba decidido que el perro de peluche que estaba sobre su colcha no tenía sentido en su vida y que, por un azar del destino, nada como un hermano de la madre para ubicarlo en vez de la cruel solución del cubo de basura. Porque traperos, ya no hay. Pero parientes que relatan episodios atormentados del cuidado de animales domésticos que no les pertenecen en período vacacional, son una excusa perfecta para la medio burla, para una despedida digna de la infancia. Y para que prolongue su vida. El peluche está ahora sentado en el sofá, me mira cada día al llegar a casa y yo supongo que está vivo, tan vivo como su antigua propietaria,  repleto de una vitalidad que te acuna cuando le mueves las patas y que sólo puede provenir del soplo vital que contemplaste el día en que en el inesperado pero perfecto silencio de aquél bebe se abrieron unos ojos achinados y diminutos, dos segundos que son tu memoria, una memoria que nunca sabré si podrá llegar a comprender. Porque, lo triste y lo bonito, es que no tiene que hacerlo. Ya es su tiempo, emociona y sobrecoge pensar qué hará con él.

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1 Respuesta a „El día en que mi sobrina dejó los peluches“

  1. Ver, mirar, percibir | EnPalabras Dice:

    […] años se nos transforman en sabiduría. Por eso sorprende cuando la mirada, propia o ajena, se detiene en instantes y vivencias ya archivadas, o tal vez nunca reflexionadas. Porque a fuerza […]