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¿Por qué acaricias un perro y te comes un cerdo?

sábado, 13 febrero 2010

Una pregunta pertinente. Lo más chocante es que hay gente que sí come perros y gente que no come cerdos. Una sacudida mental que me retrotrae al viejo Marvin Harris, que nos enseñaba a descubrir por qué no comemos, tampoco, caballos ni hormigas. Para asombrarnos después con que sí, comer caballos y hormigas es o ha sido más frecuente de lo esperado. Supongo que las explicaciones harrianas sobre la persecución de las proteínas y bla, bla, bla, servirán de poco a los veganos y vegetarianos irredentos. Harris se murió ya y después de fascinar a todo universitario que se preciara, saber si el cuento era verdad o mentira sigue pendiente. Como la verdad es esquiva, medio verdad o medio mentira. En Viet-Nam me contaron que la carne de perro era un auténtico lujo: quise ir a probarla aunque, sin encontrar quórum a mi alrededor, me entró la flojera. Pero he comido camello: un trozo pequeño y duro.

P.D.: la pegatina estaba justito en la maquinita de secar manos de un bar que ofrecía excelentes canapés de cecina, entre otros. No veo nunca ejemplos similares con atunes.

El día en que mi sobrina dejó los peluches

lunes, 8 febrero 2010
Era domingo y cruzaba la calle sonriendo en la distancia. No hay mayor conciencia del paso del tiempo – y de su impuesto: el hallazgo de que el tiempo, ya, se descuenta, no suma – que contemplar las caras de los niños trimestre a trimestre. Un día dejan de tener cara de niños y ese día era domingo en este particular caso, el de mis ojos admirados, enternecidos al comprobar lo que ya tus padres tuvieron que ver en su turno y que tu no querías creer. Como no querrá creerlo ella:  del rostro de la infanta que espera la presencia del adulto como envoltorio, como piel protectora, al brillo de quien toma conciencia de que el destino es suyo. Luminosa, mayor, parecida a un adulto, pero sólo tomando conciencia de que lo acaricia, es la primera vez que piensas que lo que cruza la calle es una mujer.
Ese domingo ya estaba decidido que el perro de peluche que estaba sobre su colcha no tenía sentido en su vida y que, por un azar del destino, nada como un hermano de la madre para ubicarlo en vez de la cruel solución del cubo de basura. Porque traperos, ya no hay. Pero parientes que relatan episodios atormentados del cuidado de animales domésticos que no les pertenecen en período vacacional, son una excusa perfecta para la medio burla, para una despedida digna de la infancia. Y para que prolongue su vida. El peluche está ahora sentado en el sofá, me mira cada día al llegar a casa y yo supongo que está vivo, tan vivo como su antigua propietaria,  repleto de una vitalidad que te acuna cuando le mueves las patas y que sólo puede provenir del soplo vital que contemplaste el día en que en el inesperado pero perfecto silencio de aquél bebe se abrieron unos ojos achinados y diminutos, dos segundos que son tu memoria, una memoria que nunca sabré si podrá llegar a comprender. Porque, lo triste y lo bonito, es que no tiene que hacerlo. Ya es su tiempo, emociona y sobrecoge pensar qué hará con él.

Año de nieves, año de bienes

viernes, 9 enero 2009

El que no se consuela es porque no quiere: llueve paro, se empapan las fábricas. O eso, o la nieve y el frío son la ratificación de que a perro flaco todo son pulgas.

(pero qué linda la vista)