112
Llamo pidiendo un médico. Mi voz, creo, denotaba crisis. Lo llamaron crisis de ansiedad a mis brazos rígidos y flácidos de forma consecutiva, al hormigueo acuciante, a la necesidad de respirar hondo, al frío intenso y al calor y el sudor intermitentes. Inquirieron por todo, dolores de pecho, edad, medicamentos y antecedentes. Deciden que debo acercarme a un ambulatorio. Les digo que no sé donde hay un ambulatorio – la voz sigue denotando crisis -, también les digo que tampoco sé dónde tengo mi tarjeta sanitaria (en realidad, sí lo sé, en un archivo enorme: es la misma tarjetita blanca que me dieron con mi primer trabajo que ya no usa nadie al parecer). Me pasan con otro operador que tiene las líneas ocupadas una y otra vez y la crisis sigue. Desde otro teléfono (se busca un servivio de urgencias privado) un señor amable insiste en que es un ataque de ansiedad, que se pasa sencillamente respirando hondo en una bolsa. La señal se corta en medio de las explicaciones. Lo intento. Parezco calmarme. Pero todo regresa. Hay un dolor de estómago permanente que no forma parte del cuadro. La médico de la familia es la mejor solución y viene corriendo. Es el momento en que salgo corriendo a vomitar. Alivio: la mirada en el espejo me devuelve un rostro arrugado y enrojecido. De repente, todo el cuerpo es un sarpullido. Mi hermana dice: Anisakis.
Capítulo dos: hospital. Tendido. Sueros y otros archiperres enganchados a mis venas. Analíticas y electros. Dos nuevos vómitos. Frío y calor de ida y de vuelta. El efecto de las relaciones consigue que se me practique una endoscopia cuando ya todo el cuadro médico está enfriando el cava en sus casas. Eran sólo seis horas de margen para poder hacerlo. No a vida o muerte está claro, pero para evitar que pasaran al intestino. O eso creo. Gracias, 112.
Etiquetas: 112, anisakis, crisis de ansiedad, cuán vulnerable es uno
25 diciembre 2010 a 11:11
¿Un alegato contra lo público o lo privado? ¿A la eficiencia o la ineficiencia? Converso con la médico: la urgencia es como un hospital de guerra, lidias con lo que puedes y como puedes, los errores son parte del juego, la desinformación en tu contra. Lo creo: no hay protocolo que resista la alarma o al cisne negro. Pero, con todo ¿por qué en plena urgencia hay un mensaje insistente y que no termina de líneas ocupadas?.
25 diciembre 2010 a 11:14
Segundo secreto descubierto con los médicos: si el paciente se puede poner al telefono, no es tan urgente. O se supone que puede ir por su propio pie. Lo que decía: protocolos para gestionar la incertidumbre que no pueden resolverlo todo. Que no te toque.
25 diciembre 2010 a 14:40
Lo cierto es que un dolor abdominal (epigástrico, imagino), esté o no acompañado de un cuadro de ansiedad más o menos importante, debería incluirse en el diagnóstico diferencial de -entre otras cosas- patología gástrica aguda, como -por ejemplo- una infestación alimentaria por anisákidos. No se puede hablar de cisne negro en una situación así: más bien de sistema que no funciona, a pesar de que se sigue moviendo en idéntica dirección, perpetuando -necesariamente- sus fallos.
El principal secreto que habría que descubrir ante una situación así y tantas otras que cada día le pueden acontecer a cualquiera es el valor que tendría que un médico te conociera. Aunque dispusiera de medios técnicos muy inferiores (o muy restringidos respecto) a los actuales. Y, a partir de ahí, se podría empezar a desenroscar esta inmensa pescadilla que empezó mordiéndose la cola y ya está alcanzando la cabeza…
25 diciembre 2010 a 20:35
Y yo que me mostraba comprensivo con el desorden del orden…
26 diciembre 2010 a 23:19
Ostras, don Gonzalo… ¿está bien?
27 diciembre 2010 a 12:06
El caso es que mi catolicismo, siempre improbable, lo es más en este momento. Hay unas secuelas que no terminan de irse.
12 enero 2011 a 0:15
[…] de vídeos que se puede emulsionar la salsa con un sencillo colador. Adiós al brazo. Al borde del colapso. Pero untuoso, listo para pan con todas sus consecuencias. Ajos […]