Ciencia Ficción Contemporánea (x)

Los telediarios de todas las televisiones locales inician sus titulares incluyendo una muy entretenida imagen: uno de los rascacielos costeros de La Manga del Mar Menor es derribado mediante una explosión controlada. Se aprovecha el invierno para no interferir la temporada turística. Las televisiones entrevistan al alcalde que sonríe de oreja a oreja explicando que el derribo dará lugar a un nuevo rascacielos más moderno, más eficiente energéticamente (añade la coda de que luchará contra el cambio climático y que atraerá un turismo de más calidad). La licencia de obras ya está concedida. Sólo pocos días después, en Jávea, otro edificio es derribado por el mismo procedimiento y las televisiones muestran otro alcalde sonriente viendo como las máquinas retiran los escombros de algo que, con toda seguridad, generará nuevos ingresos al municipio. La insistencia periodística aclara cómo ha sido posible conseguir el beneplácito de los propietarios para el derribo: simplemente, se ofrecieron precios imbatibles y opciones preferentes para adquirir los nuevos locales: en la memoria de los viejos reporteros, la burbuja inmobiliaria de la primera década del siglo XXI comenzaba a aparecer en blogs y comentarios que pasan de una persona a otra y de red en red. La curiosidad de las redes se incrementa cuando cada semana empiezan a derribarse dos y tres edificios en distintas localidades costeras: el único patrón común que se acierta a ver, es su fealdad intrínseca, su altura y su posición en primera línea de playa. En pocas semanas se torna en clamor el debate acerca del misterio de cómo es posible que varias decenas de edificios se estén derribando en tan poco período de tiempo. Las tensiones políticas empiezan a emerger entre los concejales opositores de las ciudades afectadas. El alcalde de Almuñecar es acusado de recibir sobornos por haber facilitado los derribos de dos hoteles a cambio de futuros beneficios en las nuevas construcciones. Se empiezan a filtrar documentos a las redes mostrando más políticos involucrados hasta que el destino lleva a un lugar común: el dinero siempre tiene origen en un banco panameño donde un extraño fondo domiciliado en las Islas Caimán custodia sus depósitos. Las obras avanzan pero, una vez retirados los escombros las nuevas construcciones nunca se inician. Las filtraciones de las redes terminan en un comité ecologista en Copenhague que ha recaudado mediante microdonaciones más de doscientos millones de dólares que, bajo la promesa de invertirlos en la reducción de emisiones de CO2, ha optado por limpiar las costas de polución estética con el fin de que no se vuelva a construir.

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