Meet Shah Rukh Khan

Estaba yo en Bombay comprando una pashmina (para qué vamos a decir Mumbai, que no tiene nada de glamour) cuando en pleno regateo pedía misericordia al club de cachemires que sacaban dólares a los europeos asegurando con toda rotundidad que debían ceder en su precio: yo me parecía a un conocidísimo actor hindú. El caso es que, sin dudar ni mediar segundo, todos ellos a una repitieron «Yes, Shah Rukh Khan». A mí me sonó a «saurcán», pero eso son los problemas de no hablar lenguas no románicas.

No se piensen, no era un farol: fue hace muchos más años en las bonitas praderas de Kajuraho cuando los gentiles hindúes que piden hacerse fotos con blancos no tenían demasiado interés en mi persona y sí, en cambio, por la acompañante, mucho más pelirroja y blanca, dónde va a parar. Y fue en esos diálogos donde supe que me parecía a una megastar. No fui capaz de utilizar esa ventaja para obtener favores de los y las locales y la anécdota se la llevó el viento hasta tener en mis manos la pashmina de primerísima calidad cuyo precio había que bajar como fuera.

Hace unas horas, Hollywood Reporter anunciaba que Shah Rukh Khan había vuelto a ser detenido por las autoridades de inmigración de los Estados Unidos. Una chorrada, como siempre. La cosa duró poco: de acuerdo con los gringos 75 minutos imputables, a pesar de las disculpas, a la propia negligencia del de bollywood. De las otra, no sé nada.  A Versvs le divertirá el tono de la protesta del ministro de relaciones exteriores hindú: más o menos que se ha extendido la desagradable costumbre de «primero detener y después preguntar» y que eso, claro, no puede seguir así.

La cosa es si al final conseguí el descuento. Sí, conseguí el descuento. La otra es en qué coño me parezco yo a este tipo, caray, que sólo tiene un año menos que yo y que sólo prueba que nunca llegaré a entrar en Estados Unidos en avión privado. Sospecho que, incluso, no tendré la oportunidad de mis quince minutos de fama por ser detenido en la aduana confundido con él.

P.D.: Fue un poco de tiempo más tarde, en Jodphur (sí, la ciudad que pone nombre a los pantalones de montar), donde un lector de manos me aseguró que mi inteligencia y sabiduría haría que mi riqueza y bienestar llegaría a partir de los 47 años. Informaré, a su debido tiempo, de si la profecía es un hecho. No las tengo yo conmigo.

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