Diatriba sobre salidas, fugas y secesiones
¿Qué tienen en común la independencia escocesa, catalana y la salida del Reino Unido de la UE? Es extraordinariamente curioso que las discusiones sobre el Brexit se basen en crear conjeturas puramente especulativas sobre el futuro posterior, exactamente lo mismo que en los casos de las fugas de los otros territorios. Esto va más allá de la incertidumbre que rodea una situación nueva, es simplemente ausencia absoluta de certeza sobre en qué se basa la discusión. Un ejemplo simple: nadie sabe decir si, tras la presunta salida británica, habrá aranceles para las importaciones y exportaciones procedentes de ambos lados. ¿Quién los quiere? Parece obvio que a nadie le interesan, pero nadie sabe en qué consiste el futuro que se propone.
Exactamente es el mismo debate sobre catalanes – y escoceses – independientes: nadie podía dar una respuesta contundente sobre en qué consiste y las obligaciones que entraña el después para unos y para otros.
Eso sugiere cuatro o cinco pensamientos. A saber:
- Que los gobiernos no deberían pedir a sus votantes que elijan sobre opciones no concretas en las que las reglas posteriores no se sabe cuáles son. Todo lo más, debieran preguntar si les autorizan a negociar una eventual salida de un sistema para preguntar después si se está de acuerdo con las reglas de divorcio y nueva convivencia (sí, los matrimonios tienen niños). Cuando lees que el 42% de las exportaciones del Reino Unido van a la UE, parece legítimo preguntar si la libertad de comercio va a persistir en caso de anularse la adhesión británica antes de decidir nada.
- La simplificación de temas tan complejos no reside únicamente, por tanto, en la reducción de opciones de voto – con lo que seguramente estamos ante un mal sistema de toma de decisiones – sino en la ausencia de un listado de condiciones y reglas. Es decir, es tan simple que se vota sobre la nada. O que nadie sabe sobre lo que se vota.
- La mera enumeración de intereses cruzados de los británicos con la UE parece que tiene la misma complejidad que la de catalanes con españoles o escoceses con británicos: el imaginario independiente sugiere un entorno propio del principio del siglo XX donde los pasaportes, las vallas y las prohibiciones de comerciar son los símbolos de soberanía. Sin embargo, parece ridículo no poder comerciar o tener que pedir un visado para lo corriente, el día a día. Es decir, que es probable que nadie quiera regresar a lo anterior pero que todo el mundo quiera el presente pero con otras reglas.
- Que probablemente, la interdependencia está aquí, nadie lo reconoce o nadie es consciente y no hay mecanismos políticos e institucionales que gestionen algo como eso. O, si lo hay, es tan insatisfactorio y alejado que, simplemente, no resuelve algunas cosas emocional o prácticamente esenciales.
- Que los canadienses tenían razón cuando se encontraron con que el problema de Quebec (o el conflicto de Quebec) sólo tenía como solución establecer reglas claras para saber qué hacer: preguntar claramente, negociar un acuerdo (esto supone ganar y perder) y preguntar de nuevo si el acuerdo es satisfactorio. Queda saber si lo es o debe estar condicionado a que lo sea para las dos partes. Lo que sería una probable fuente de bloqueos o algo que requiriera mayorías asimétricas entre el secesionista y el secesionado. La cosa tiene su aquél: no votas por una posible independencia, con lo que tiene de tribal la cuestión, votas si el acuerdo en cuestión, que contendrá nuevas formas de interrelación, es válido para tu vida futura.
- Que los británicos, efectivamente y como sugiere el movimiento en pro del abandono de la UE, han perdido soberanía, puesto que todas estas cuestiones no pueden decidirlas unilateralmente. La gran conjetura es si es reversible. O si es tan indeseable.
También sugiere una pregunta.
¿Los que convocan un referendum de esta clase tienen reflexiones como ésta? Uno quiere pensar que están rodeados de académicos, funcionarios de alto rango con profundo conocimiento de los temas que gestionan y todo aquello que de ventaja tienen las élites en su mejor estado de forma. Obviamente, esto debe ser una ingenuidad: el convocante piensa esencialmente en su mantenimiento en el puesto conquistado y todo lo demás es retórica. Mañana ya sabré qué hacer. Lo que me lleva a apostar porque si alguno de estos referenda de ruptura llega a aprobar la separación, los políticos involucrados se pondrían a resolver el siguiente mañana y encontrarían la forma de repetir la votación para revertir el proceso. Con acuerdos o la apariencia de acuerdos nuevos por el camino.
Y un corolario:
¿No existe una pobreza de liderazgo y de conceptos? Es obvio que si uno vive en Sabadell no tiene la menor intención de tener que usar un pasaporte para darse un paseo por Almería. Sospecho que al almeriense le sucede lo mismo. Un pasaporte no es un papel y ya: es un documento que te identifica como foráneo frente a un funcionario de aduanas que tiene la capacidad discrecional de negarte el paso a ti y a tus mercancías. Tampoco te apetece no poder abrir una cuenta corriente a un lado o a otro. O darse de alta como exportador para enviar fruta de Fraga a Cambrils. Podemos deducir, si todo esto es así, que nadie querría ser independiente para perder esas ventajas. Ventajas que son, seguramente por desgracia y entre otras cosas, la esencia de la soberanía. A la soberanía, pues, le pasa algo. Seguramente no es lo que parece o no es lo que era. Probablemente, es un concepto que tiene algo más de coaccionador de la libertad que de liberador en sí mismo. Lo que debiera conducir a preguntarse cuánta soberanía hay que quitarle a quienes la ostentan ahora mismo, casi más que a crear soberanías nuevas.
Lo sé, me ha salido un protoanarquismo.
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