El cementerio de las estatuas maldecidas
He encontrado una solución mágica para resolver la discusión sobre estatuas y calles:
Créese un museo, a ser posible lejano del centro de las ciudades y en algún edificio semiocupado – que seguro que los gobiernos tienen alguno, y sin que ninguna ciudad renuncie al suyo por supuesto – donde cada partido ocupante temporal del correspondiente poder (estatal, autonómico, municipal) conduzca libremente y sin necesidad de votación alguna las estatuas y placas de calles que no le gusten.
Con dos condiciones: la primera, que el coste del traslado lo pagan los partidos decisores con sus propios fondos, incluyendo obviamente el de los ciudadanos que tengan que cambiar sus tarjetas de visita, buzones y notificaciones varias a instituciones y empresas afectadas. La segunda, que la nota explicativa de los méritos y deméritos del prócer proscrito para los visitantes sea redactada únicamente (cada uno, una) por los partidos que sean oposición al gobernante. Restricción primera: cuando se pierde el poder, no se tiene derecho a cambiar ni añadir nada. Restricción segunda: al recuperar el poder no se puede reintegrar la estatua a su sitio. Restricción tercera: una nueva estatua o calle para el mismo personaje debe ser pagada, igualmente, con los fondos del partido.
Nota aclaratoria: Los partidos opositores redactores de las notas explicativas tienen derecho a escribir y responderse a la pregunta «¿y por qué la retiraron estos otros?». Esto dará más juego a la retórica ponzoñosa y al equilibrio de las canciones de nuestros padres.