Inventarse el cine after Trump con Trump

¿Cuántos libros de las decenas que se han escrito sobre la presidencia de Donald J. Trump (los republicanos siempre añaden la jota) redactados por ex ayudantes, ex amigos, ex altos cargos, familiares, periodistas rigurosos y periodistas del montón han vendido ya sus derechos para obras audiovisuales?

Steven Mnuchin, antes de ser Secretario del Tesoro del Presidente Trump, era un avispado financiero con enormes intereses en Hollywood: es un tipo tan descarnado, que no tengo duda de que si puede hacer dinero con un libro en el que su presidente, al que ha protegido sin atisbo de debilidad, sale mal parado, lo hará. O quizá quiera hacer (más) dinero empleando el suyo. Si llega.

Las audiencias son las audiencias, y con casi medio país enfervorizadamente a favor y algo más del otro medio enfervorizadamente en contra, hay que saber quién te paga la subsripción de cable para elegir el tono. Pero si yo tuviera cien millones de dólares para invertir en producción hay tres productos (que me estoy inventado) a los que quisiera ir sin dudarlo:

The Fixer. El ascenso y caída de Michael Cohen es una narrativa para Martin Scorsese. Como en el caso de Toro Salvaje, el Cohen que sigue prestando arresto domiciliario se dedica al entertainment moderno: tiene un podcast. Lo interesante es que el que parecía el tonto de la troupe bajo la sombra de Trump, en sus declaraciones frente al Congreso y como conductor del podcast se convierte un comunicador enorme. Se llama el programa, nada más y nada menos, Mea Culpa. Las confesiones de un arrepentido que, redoblen los tambores, emplea una sintonía de apertura que rememora los arreglos y compases de la de…. Los Soprano. Lo que conlleva dotarle un doble significado: las relaciones de Cohen con elementos que provienen de la mafia rusa de Nueva York vinculada a la posesión de licencias de taxi (¡Taxi Driver!), tratos inmobiliarios pagados en metálico y…. las características del estilo personal de Trump: no sólo tuvo un abogado que fue asesor legal de una de las familias de cosa nostra sino que el matonismo como regla para vencer del personaje y su obsesión con la lealtad le asemejan a la cultura mafiosa. Cohen no es pobre (parece que su apartamento en el Upper East Side costó 58 millones de dólares), pero como gusta de recordar perdió su reputación (¿la tenía?), su licencia de abogado y su libertad: cumple condena en su domicilio por motivo del Covid, pero llegó a ponerse el mono naranja. ¿Cómo pudo enamorarse de Trump? Entrevistado junto a Anthony Scaramucci (alias The Mooch, y también abandonado por The Donald) explicaban ambos los rasgos positivos de la personalidad de Trump: es llamativo como a los dos casi se les aguan los ojos y les cambia el tono de voz rememorando el fun Trump que les invitaba a los palcos de Yankee Stadium. La otra cara de los manipuladores es mostrarse espléndido, repleto de complicidad y hasta afecto. Actrices porno, prensa amarilla y ese acento de barrio de Nueva York: hay película.

The Conways. Es imposible no imaginarse a Woody Allen creando diálogos en las noches o por teléfono de este matrimonio. Kellyanne Conway es una estratega política afín al Partido Republicano que, probablemente, tuvo mucho que ver en que las pocas opciones de ganar en 2016 se convirtieran en realidad. Como premio, pasó a formar part del staff de la Casa Blanca y tiene como grandísima virtud mentir maravillosamente bien sin tener que mentir: la inventora de los hechos alternativos, es capaz de cambiar de tema para no tener que reconocer una barbaridad con total naturalidad o repetir y repetir los argumentos en defensa de su empleador sin inmutarse. Tan decentemente lo hace, que es respetadísima por gente como Bill Maher, un tipo que le ha ganado el pulso jurídico a Trump por decir que seguramente es hijo de un orangután: por el color naranja de su pelo. Por su parte, George Thomas Conway III (the third), es un abogado conservador que en el momento de la victoria pudo haber sido agraciado con un cargo importante de la Administración Trump. Pero el gordito George Conway (otro contraste: Kellyanne es delgadísima) se cae del guindo y no sólo decide no participar en el gobierno del constructor neoyorquino, sino que se reúne con otros republicanos decepcionados y fundan The Lincoln Project: una plataforma que fabrica videos como si no hubiera mañana para desprestigiar a Trump. Además de eso, escribe columnas de opinión señalando todo lo horrible de su estilo de gobierno y tuitea pestes del hombre naranja. Trump se venga regularmente llamándole perdedor en público (o sea, Twitter) y sigue estando maravillosamente encantado con el trabajo de su mujer, Kellyanne. George comunica que deja el Lincoln Project al tiempo que Kellyanne anuncia que dejará la Casa Blanca tras las elecciones de 2020, sin importar el resultado. ¿Cómo eran esos fines de semana de regreso a New Jersey? ¿Qué te dicen los amigos y compañeros cada vez que hay un mensaje? ¿Qué les cuentas a tus hijos? ¿Qué decirse por teléfono con cada vídeo del Lincoln Project? Sólo Woody Allen puede convertir eso en diálogos hilarantes pero absurdamente realistas y al borde de la terapia mutua mientras se sigue preocupado por el dentista de la niña.

There is always Hope. Lena Dunham es la persona: capaz de titular su podcast como The C-Word -y la ce es la ce de «cunt»-, disfruta terriblemente descomponiendo la historia de mujeres urbanas bastante ricas o agradecidas por la vida y que pueden ser consideradas públicamente como desconcertadas o desconcertantes. Hope Hicks es una niña de la perfecta sociedad del Este que se convirtió en modelo precoz y que terminó trabajando para Ivanka Trump, esa fiera de la moda. Terminó entrando en la campaña y se decía que era la única persona que podía calmar a un Trump siempre fuera de sus casillas: tomaba notas de sus tuits sobre la marcha para que lo publicara el aguerrido community manager de turno; filtraba a decenas de periodistas, sabía responderle a las preguntas comprometidas. Apagando fuegos. Y a qué edad. Hicks es la puerta de entrada para narrar el extraño glamour del matrimonio Kushner, capaces de alquilar una casa con siete baños en Washington D.C. pero ser incapaces de permitir a sus guardaespaldas del FBI emplear uno… a pesar de estar las veinticuatro horas protegiéndoles. El contribuyente norteamericano terminó pagando 3.000 dólares al mes para que sus agentes pudieran, simplemente, hacer pis durante el servicio. Dunham tiene que poder descomponer cada detalle de cómo los ricos de Nueva York (aunque Hicks es de lo mejorcito de Connecticut) se acomodan a una vida tan molesta como la del funcionario público.

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