Muerte por incomparecencia

Una señora noruega que fue acompañante dizque amorosa del titular actual de la Corona española reaparece en multitud de medios: sobre ella, nunca pude entender por qué, se habló más de un escote nada inhabitual en la vida cotidiana, que casi de cualquier otra cosa: una extraña suma de personalidades indignadas que nadie sabe de dónde salen estaban ofendidas por este extraño atentado a la moral y la dignidad monárquica.

La señora noruega dice estar «muy contenta de no haberme convertido en reina» y narra la pesadilla de ver su vida pasada repleta de fotógrafos en las puertas de su casa. En descargo de la tesis que voy a enunciar, debe decirse que todos los abandonos de una vida como para salir en el Gotha parece deberse precisamente a eso, a no pertenecer al Gotha. No ser profesional, en versión de Juan Carlos I.

No parece haber vida monárquica que resista la vida moderna. La solución de los cuentos de hadas convertidos en escándalos de presunta telebasura (hoy la telebasura son las redes sociales, al menos en cuanto al entusiasmo popular y del establishment por reclamar exigir censura) no pasa entonces por la horca o la guillotina, una ordinariez impropia de unos tiempos tan civilizados. Basta con que nadie quiera el oficio.

Los cerebros revolucionarios serían más inteligentes poniendo una pista de aterrizaje a los herederos de los monarcas para que, simplemente, puedan elegir vida privada y no jugar a los soldados de plomo. Es lo mejor que se puede hacer, pero eso son cosas que nunca ocurren.

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