La digitalización del mal

Si lo que se dice del karma es cierto, nada como el triste final de Jhon Jairo Velásquez Vázquez, famoso por su asociación con el cabecilla del del cartel de Medellín, bandido, asesino y youtuber: si has podido sobrevivir a un par de décadas de cárcel colombiana, si has podido sobrevivir al hundimiento completo de una organización criminal donde la mayoría de los miembros han terminado muertos violentamente, que te mate un cáncer de esófago en pocos meses casi parece justicia poética.

No vamos a discutir a estas alturas que el perdón y el arrepentimiento son fuentes de salud mental hasta para las víctimas: odiar agota. Pero no deja de crear vértigo que el confeso participante de cientos de crímenes -según sus palabras, en 3.000 asesinatos- camine libre por la vida, por mucho que diga que se ha reconvertido y ya cumpliera la pena que la justicia impuso. Uno piensa que la penitencia del dolor causado, exige contrición, mesura, humildad y discreción hacia todo lo que tiene la vida de escaparate. Por lo menos para ser creíble.

Popeye descubrió pronto que tenía cierto don para el relato, las cámaras y la conexión emocional con cualquier curioso. Creyó legítimo, honrado y seguramente entretenido ganarse la vida como autor, documentalista y comentarista contemporáneo gracias a convertirse en eso que llamamos youtuber. Esa proyección pública genera ingresos y retribuciones emocionales (la fama, el reconocimiento) que seguro que las víctimas no tendrán nunca. Por ser más justos: los huérfanos, las viudas y los hermanos desconsolados de los muertos ni pueden beneficiarse de la fama y ni siquiera tendrán un dinero para lo que sea, aunque sea cierto que esto no te devuelve al fallecido. Qué decir del muerto, que nunca pudo seguir sus planes.

Juan Pablo Escobar Henao un día sorprendió muchas conciencias curiosas con un planteamiento inesperado: mi padre puede ser un criminal atroz, de hecho no le cabe duda de que lo es, pero él lo amó como un hijo ama a un padre que sólo le trae felicidad. Es una planteamiento intensamente humano: soportar la contradicción entre el amor y la compasión hacia el monstruo y el horror de la monstruosidad. Más allá de eso: no me hagan a mi responsable de mi padre ni me pidan que lo deteste, porque fui su hijo con todas las consecuencias. Es una posición singular. Curiosamente, la hija de Carlos Lehder nos explicó lo mismo: ama al padre perdido de la infancia, un loco criminal admirador de Adolfo Hitler, tan asesino como todos los anteriores que hemos comentado.

Juan Pablo Escobar Henao no es youtuber, pero sí instagramer. Qué palabros. Escribe libros relatando episodios (ciertamente, de lo más interesante) de la vida criminal de su progenitor, se gana la vida dando conferencias sobre lo malo de la vida mafiosa y, cuando puede, pues obtiene algún patrocinio de sus fotos en beneficio de alguna tarjeta de crédito o hasta un restaurante bonaerense: siendo tan inteligente como me lo parece, no desarrolló por el contrario un buen gusto suficiente para esas fotografías y patrocinios y resultan un poco paletas y propias de un parvenú. Aunque sobre la superficie es como un embajador de paz, ha decidido construir su proyección pública atrayendo todo tipo de actividades mercantiles (incluso su oficio como arquitecto) basándose en la redención del mal paterno: hasta encuentra excusas en lo injusto de la sociedad colombiana para que su padre fuera el bandido más diabólico. Parecería, también, que la discreción y la ausencia de ostentación de tu reconocimiento como conferencista y lo que te trae de beneficio personal, fuera la cortesía necesaria hacia quienes padecieron el dolor.

Meet Michael Franzese. Otro personaje fascinante. Su padre fue un reconocido capo de una de las familias de la mafia de Nueva York. Cuando lo encarcelan, él decide entrar en cosa nostra y termina convirtiéndose en el más brillante -y joven- de los «underbosses» de la familia Colombo. Por hacer la historia corta, un día es condenado y cumple diez años de cárcel. Al salir, decide abandonar su juramento, dejar la vida criminal y, oh sorpresa, descubrir a dios: un cristiano renacido.

Sí, lo han adivinado, es youtuber. Y extremadamente inteligente. A diferencia de otros casos de arrepentidos mafiosos, no colabora nunca con la justicia, no entrega a nadie y nadie termina en la cárcel por sus informaciones o comentarios. Todo el mundo considera asombroso que siga vivo. Él confiesa que no se acercó al funeral de su padre, muerto a los 103 años habiendo pasado 38 en la cárcel y con memorias desde los tiempos de Lucky Luciano, porque no veía clara su seguridad.

Franzese explica su decisión ante la evidencia de la mala vida que es, al final, la aventura criminal. De nuevo el maldito karma, se supone. Todos los grandes jefes de su época han muerto asesinados o cumplen cárcel. El extraño descubrimiento de la familia de un jefe mafioso de quién es el patriarca cuando no está en casa, genera la destrucción familiar: una hermana drogadicta, un hermano con otros problemas, una esposa derruida por el marido en la cárcel. Decide que no quiere eso para su propia esposa y los hijos que tendrá. ¿Puede reprochársele el arrepentimiento?

Además del canal en YouTube, acumula ya varios libros no sólo con el relato de su vida criminal, sino hasta consejos de cómo aprovechar la sabiduría mafiosa para ser un buen manager, invierte en cadenas de pizzerias y, si se tiene el dinero para ello (se supone), se le puede contratar como conferenciante: podemos aprender de lo malo que es el mal camino y lo bien que podemos llegar a vivir renunciando a él. Es como si todos estos personajes hubieran planificado tener una vida que contar para disponer un relato tan grande como para vivir de él toda su existencia. Sin perjuicio de que el combate de la conciencia humana existe y que tienen todo el derecho al arrepentimiento y a ganarse la vida, resulta que sus relatos de superación convertidos en industria son como anestesia de la moral.

Es decir: los crímenes no importan ya, sólo importa la potencia literaria y del subgénero docu-reality que llenan nuestros ojos, nuestra incredulidad y nuestra pasión por la grandes historias, historias que no viviremos. Y no porque seamos buenos, que probablemente ser uno mismo y su circunstancia (el hijo de un mafioso) nos enfrenta a la dificultad de decidir lo que parecería virtuoso: es difícil salir airoso seas quien seas. Y agravado por el hecho de que la juventud es insensata por definición y que son los viejos los que hacen la paz: Franzese entrevista en su canal en una auténtica orgía de camaradería a Joe Pistone, que conocimos en el cine como Donnie Brasco, el agente del FBI que vivió seis años infiltrado en la mafia y que terminó entregando a sus amigos.

Pistone estaba en el lado del bien sumergido en el mal. Franzese vivía en el mal y decide aflorar hacia el bien. En el camino, los dos han sido miembros de la misma organización maligna, pues el policía tiene que convivir y cooperar con el mal para poder encontrar el final feliz que espera la justicia.

Anne Applebaum, una intelectual que ha investigado a fondo la Unión Soviética de Stalin y que ha revelado toda la dimensión del gulag, comenta en un periódico:

Vivimos en un momento peculiar, y esto afecta sobre todo a la gente joven, que vive online, recibiendo toda la información a través de las redes sociales, y parece que están desconectados de la historia. Cada vez más y más gente parece no saber lo que sucedió en el pasado y no recuerda la gran catástrofe que fue el marxismo

Alguien puede condenar esta página por llevar de esta forma a la hoguera al marxismo y protestará diciendo que sólo debiéramos culparle al socialismo que realmente ha existido, no al bueno de Carlos Marx. Da igual: en nombre de grandes ideas se asesina con pasión desde cualquier perspectiva. Pero pareciera que la anestesia moral de la sobreinformación y la abundancia de documentación anula todos los contextos y cualquier perspectiva. Se olvidó que la humildad una vez fue admirable, pues los instrumentos que tenemos a nuestro alcance han permitido que podamos, al fin, proyectar ese ego descomunal que llevamos dentro: estaba ahí, sólo que no había forma de demostrarlo.

Pareciera que los problemas carecieran de matices. Que lo que antes era un hombre (mujer, claro) ilustrado y humanista, orgulloso de dominar los clásicos y comprendiendo la tradición, se hubiera tornado en un consumidor de memes que viven veintiséis segundos en la memoria. «El mundo ha hecho un largo camino hasta llegar a tiCuenta Antonio Soler en su Camino de los Ingleses. Pero es como si un cable hubiera sido cortado en algún punto del ciberespacio.

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