Manual anti estrés para emergencias víricas
He visto cosas que vosotros también habéis visto: personas inteligentes abominar de las vacunas, argumentar escandalosamente bien qué puede ir mal con semejante producto, poner en evidencia las contradicciones con nuestra libertad e independencia de los vaivenes policíaco-administrativos para mantener un orden social en pandemia… y morirse de la noche a la mañana.
He visto epidemiólogos fracasar en sus previsiones. A médicos venidos arriba con sus certezas que luego no eran. A unos que aciertan pero a la siguiente no la ven venir. Y acertando y errando, los he visto permanecer vivos o en su casa en cuarentena. Al que ayer la pifió pero que hoy, como un reloj dos veces al día, atina con la respuesta. He visto cambiar de criterio sin remordimiento. Alguno habrá con él. Quizá es que todo el mundo habla demasiado. Yo hablo demasiado.
Mal formulado: quizá es que todo el mundo escucha demasiado. Yo soy poco de escuchar, admito. O no filtra lo que oye, o no renuncia a oir todo lo que le ponen por delante. Yo concluí: nadie sabe lo que va a pasar. Nadie sabe con qué acertará. No es una argumentación especialmente brillante, sino muy amiga de Pero Grullo. Sólo recuerdo lo que me enseñó un profesor de estadística aplicada al control de calidad: no puedes reaccionar a cada dato.
Sólo queda, pues, contemplar.