Gala Smetanko
Llegó con Gorbachev ilusionando al mundo. Se sentó en la sala de estar de una Pilar que vivía en Vallecas. Pilar entonces estudiaba ICADE y tuvo la originalidad de aprender ruso, además de gemología. Toda una suerte de capacidades y habilidades, pues el ruso era su cuarto o quinto idioma, muy conveniente para disponer de amante en aquel tiempo soviético.
Gala era rubia como una walkiria, eslava de rostro como en los tópicos, con los ojos azules como el fondo de un lago, hablaba cubano y no español, decía candela para el ardor y miraba los supermercados como el cuerno de la abundancia.
Pasamos los diecinueve días y quinientas noches que pueden caber en una semana, o puede que fueran dos, y marchó vestida de negro y con los ojos brillantes desde Madrid-Barajas sin que haya regresado nunca. «¿Dónde está?», le pregunté a Pilar. «Llama a Moscú a ver si él sabe donde está». Él ya era entonces ex-amante y me aseguró que nadie sabía donde había ido: se esperaba que hubiera regresado a casa, en Ucrania.
En alguna carpeta reapareció un papel de por entonces. Un papel de cartas de una firma naviera de Odesa. Deduje que Gala podría ser de Odesa. Escribí a un amigo casado con rusa para saber si Smetanko era un apellido vulgar -llamarse García o Martín- o si tenía la posibilidad de ser lo suficientemente raro como Alcrudo, donde todos aparecen en una búsqueda rápida de cualquier vieja guía telefónica. El amigo confirmó que esa terminación era ucraniana, pero ni forma de esperar algo sencillo de búsqueda.
Rastreé las redes rusas con filtros de todo tipo. Aparecieron unos pocos personajes llamados Smetanko. Jóvenes. ¿Y si fueran hijos, sobrinos? ¿Pierden las eslavas sus apellidos de soltera una vez casadas? ¿Es efectivamente un apellido? ¿Será feliz? Ninguna huella me llevó a lo que pudiera ser ella.
Hoy las noticias anuncian que las tropas rusas caminan hacia Odesa.