Todo por unas tetas
La moral es un tema complejo. Sobre todo cuando la tomamos con los códigos que se refieren al buen gusto, a la ofensa, a la ligereza con la que uno decide cómo intercambia sus fluidos corporales y, por supuesto, cuánta cantidad de piel y en qué momento puede mostrarse sin sanción social o, lo que es peor, jurídica y monetaria: la decencia es terriblemente relativa.
Ser moralmente decente, aunque sea solo en apariencia, es un conflicto íntimo por un lado y una batalla política por el otro: siempre hay gente dispuesta a obligarte a vivir con elecciones de estilo de vida (morales) cuyo incumplimiento no se puede demostrar que hace daño a los demás. Yendo al tema que nos va a ocupar, siempre hay gente que da por saco cuando las señoras enseñan las tetas.
Hago la digresión ahora para ir luego a la pomada: los mismos que reclaman la libertad de enseñar las tetas (obvio, ¿a quién le importa lo que tu muestres y ríase la gente?), pueden estar del lado de prohibir que señoras musulmanas que no quieren que se perciba el contorno de sus nalgas ni que nadie vea su ombligo en una piscina porten un artefacto textil conocido como «burkini». Resumen: está ese pequeño censor que todos tenemos dentro siempre activo y pal carajo con la coherencia.
Habría más ejemplos contradictorios sobre la moral propia y ajena: a lo mejor provienen de los mismos (las mismas) que piden que los hombres no se abran de piernas en el autobús cuando visten pantalones. Se llama manspreading: atrévase a pronunciarlo sin que lo castiguen por su mal pronunciación del inglés, ese que todo el mundo garantiza que es capaz de ejecutar impecablemente cuando escucha a los demás.
Cuando Raquel Peláez, que debe tener enorme crédito profesional por escribir en el medio en el que escribe, se lanza a hablar de los extraños nuevos condicionantes alrededor del negocio de mostrar las tetas en los sitios de baño público, se olvida del verdadero machismo: no se verá ninguna discusión sobre si los caballeros deben mostrar sus cojones, con perdón, cuando toman el sol. El debe aquí es importante, porque una mujer liberada deberá tener una actitud positiva a la demostración de senos frente a extraños.
Total, es natural. Ahí los puso dios. Digo la naturaleza. A los cojones. No estás más liberado por perder el miedo a ser juzgado por la longitud de tu pene en reposo. Tampoco sentirás la liberación en caso de contemplarlo en su estado opuesto (es decir, erguido), pues más bien en ambos casos -si tienes suerte- se te verá como un sátiro: irás directo al psiquiatra. Y si esa suerte no es tan buena, irás al juez: alta probabilidad de que sea acoso sexual. Debe ser cosa de la moral imperante. Sin embargo, no hay adolescente (porque con cincuenta, como que pa qué) que no muera de vergüenza (la moral, esa perra) si tiene una erección con el bañador puesto en medio de una playa y que, sin duda, será advertida por el enjambre de mujeres que él cree que le están mirando.
Raquel Peláez encuentra una excusa formidable para determinar por qué la práctica de mostrar senos y pezones al sol se populariza en unos momentos y no otros: «una costumbre que pese a la férrea moral católica que durante el franquismo fue impuesta a las mujeres, arraigó rapidísimamente en nuestras costas con la llegada de la democracia«. Uno se pregunta si la férrea moral católica no se impuso a los hombres también. Casarse y no vivir en pecado (la moral, otra vez) supone uno que es una barrera para ese nirvana masculino que es picar de flor en flor. Franco nos castró, caramba.
¿Qué edad tiene Raquel Peláez? No tengo ni idea. Vete a saber si llegó a ver a Franco vivo. Yo creo que lo que le sorprendería es que ninguna señora nacida, crecida y formada en el franquismo pensara que enseñar las tetas en público es algo que ella fuera hacer: cosa de frescas. Pero seguramente las de la Segunda República tampoco. Ni las de la Dictadura de Primo de Rivera. O las de la Restauración. Yo creo que antes de eso, lo de irse a bañar a la playa y mostrar piel ni siquiera se planteaba.
Con lo que vamos a la pregunta de si el franquismo impone una férrea moral católica o, simplemente, es lo que había. Lo que la gente elegía sin necesidad de que Franco se preocupara por ello. El pudor es jodidamente libre e íntimo. El delito de «escándalo público», se sospecha, existía no porque Franco se escandalizara, sino porque la sociedad se escandalizaba. Y ya sabemos que ser censor es la vocación oculta de todo individuo con edad de votar.
En la deliciosa historia de cómo el Alcalde de Benidorm se inventó Benidorm, se encuentra la leyenda de cómo toma su Vespa y marcha a Madrid para pedirle a Franco que no se deje engañar por el Obispo y permita que las suecas -toda mujer extranjera en Iberia es sueca en cierta forma- puedan exhibirse en bikini. Las tetas, ni se consideraban. Al recordar esos tiempos, ese hombre (un visionario cabal), explicó que si esperas ser el anfitrión de otros y ganar dinero con ello «debes estar preparado para acomodarlos, no solo a ellos, sino también a sus culturas». O sea, a su moral.
Y Franco no se opuso.
P.D.: lejos de mi justificar el régimen de Francisco Franco porque permitió el bikini. Pero ya saben ustedes, en España hay que aclarar estas cosas, porque es frecuente mirar el dedo y no la luna. Y por la misma razón por la que a Raquel Peláez le parece absolutamente coherente escribir, porque le sale de las tripas, que la culpa de todo -como siempre- la tiene Franco.
18 julio 2022 a 15:31
Pues en los años 20 y 30, en especial tras el fin de la 1GM, había mucha más libertad y menos moral y moralina contra las señoras (ver “las flappers”). Lo de enseñar no se, pero el resto…tremendo! Con la 2GM se jodió esa libertad, y se volvió a las señoras al redil.
18 julio 2022 a 15:54
Y los romanos y los griegos y vaya usted a saber. Tenemos a las indias amazónicas, y las selvas africanas y los polinesios y los suecos en las saunas.