Fortuna incierta

Pedían un casco: no son del todo buenos los disponibles. Unas botas para Rana, el apodo de uno de ellos. Pensando ya en el invierno. Tienen acento dizque andaluz y los rostros tapados por bufandas.

A estas alturas de la vida uno tiende ya a creer que las personas sólo terminan haciendo lo que saben hacer, y que se sabe hacer un poco bien no más de una o dos cosas. Qué no sabe hacer un mercenario sería entonces un factor decisivo para entender por qué hace lo que hace.

Para saber por qué están en algún lugar de Ucrania. Combatiendo.

Si se usa el término mercenario es imposible no sentirse bañado en suciedad: no es sólo por la venta de la conciencia al mejor postor, pues se supone que el mercenario combate por una misión en la que no efectúa juicio moral de los motivos del pagador, sino por lo que supone provocar la muerte ajena como sustento sin algo que lo pueda justificar.

Un soldado profesional cobra también por su trabajo y tiene asignado un objetivo noble: si el término es soldado, obedece a una voluntad moralmente acreditada para emplear los fusiles. Sí, esta premisa se puede retar, pero no se vayan por las ramas y partan de este supuesto para un análisis coherente. Para hacer eso, el cumplimiento de un bien moral superior, el soldado profesional tiene oficio: como los médicos o los bomberos. Usualmente, se explicará como que «te protegen poniendo en peligro su vida».

Si es sólo por el dinero, en el soldado que dicen de fortuna (¿cuánta?) no hay alma y sí pecado. Tanta antropología tras la percepción del dinero como pecado…: ¿y si el mercenario protege a tus hijas en un entorno violentísimo en el que no hacerlo es correr un peligro infinito y puedes pagarlo? Juzgarás con crudeza al mercenario porque si se acaba el dinero dejará de protegerlas y sería capaz de contemplar el espectáculo de verlas víctimas sin vomitar. Quizá esto ya es solo sicario y no mercenario. Cuantas fronteras tienen las palabras.

Pero el mercenario es también un superviviente. Aceptada la tesis de que no se sabe hacer otra cosa igual de bien, se puede mantener una familia con ello. ¿Qué hacen tantos excombatientes colombianos sueltos por el Donbás? Porque el último elemento para valorar a un mercenario es la voluntariedad: se presenta por la soldada tan voluntariamente como el que quiere hacer justicia. Pero ese es voluntario.

Alguna paga ha de tener un combatiente. Aunque sea para el tabaco que ya nadie fuma. Quien acude al combate enardecido por sus sentimientos de justicia, también fuma o se toma una cerveza. La cantidad, por tanto, debe separar al verdadero hombre de fortuna, el mercenario con todas las letras, de quien no sabe hacer otra cosa y de quien tiene vocación de salvador, de quien quiere hacer justicia con el riesgo incluido de que no acierte con qué bando la justicia se siente mejor.

No tiene aspecto de que Rana y su compadre vayan a resolver su vida al terminar la guerra, si terminan con vida. Fueron militares en su vida anterior, confirmando que es lo que saben hacer.

Los múltiples entrevistadores que les contemplan en el video de la tertulia de aficionados militares que una noche sí y otra no se vuelven napoleones de sofá, no saben bien qué preguntar.

El elefante en la habitación es evidente: si van a morir. Cómo les rodea la muerte. Así que se balbucean las preguntas… cómo estáis, cómo vais, cómo os sentís… No son Demóstenes. Pocas palabras, frases cortas, lenguaje simplísimo.

Es la fuerza de la camaradería lo que resaltan como su mayor compensación. Luego evocan: «los compañeros perdidos». Y añaden en el mismo tono rutinario: «es una guerra».

Y me da por llorar.

Qué estupidez. Todo. Ir. La guerra. Estar sin botas. Imaginar al enemigo igual, sin botas y encharcado con una madre esperando. No saber responder a cómo se paga el hecho de que, si de verdad merece la pena, por qué su vida y no la mía.

Se repite la petición de cascos, botas, cualquier ayuda es buena. Se despiden.

Las donaciones se canalizan por una mujer que ya mezcla acento andaluz con eslavo. Paypal y ya. No hacer nada ante la impotencia se resuelve haciendo lo que puedas hacer y sin hacerte juicios morales a ti mismo por su cuantía o verdadero esfuerzo: uno piensa que eso vale a condición de que te calles. No escuchen que mandé unas decenas de euros.

Interrogan a la mujer por lo que ha oído. «A partir de un momento, me tuve que poner a llorar».

Lloraba yo a medias con esa desconocida. Y ya no podré dejar de pensar cada semana si el Rana y su compadre siguen vivos.

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