
Madoff, que si lo pronunciámos Madóff suena a villanísimo personaje de un cómic de ciencia ficción, ha resultado ser un impostor
conocido antes de tiempo: ya han aparecido informes y avisos serios y precisos que decían que el malo era malísimo. El descubrimiento del asunto siempre es posterior al hecho de que empiecen a aparecer las preguntas, ¿pero cómo nadie lo había detectado?.
No hace tanto que la conocida caída de dos grandes torres a manos de piratas aéreos puso encima de la mesa la misma pregunta y trajo el mismo descubrimiento: ¿y cómo nadie se enteró? Después resultó que los rastros estaban por aquí y por allá. Mala inteligencia, se dijo. Los servicios secretos son inteligencia. La duda es si tiene antepuesta el artículo la.
Anteriormente ya se descubrió otra estafa y se escuchó el mismo lamento de lo perniciosa que era la codicia. ¿Qué tendra la codicia, que todos los que no se han visto beneficiados por ella se lamentan de su existencia y te recriminan si la insinúas? Wall Street es nefasto, ya se sabe. La otra estafa era la de una compañía eléctrica que ponía encima de la mesa los increíbles defectos de la falta de inspección, orden y concierto. Alguien guardaba todo en un cajón, se supo al poco tiempo.
Sin ir tan allá de los mares, en mil novecientos noventa y tantos llegué a una empresa traumatizada ante la fuga masiva de una parte de sus socios y decenas y decenas de empleados a un competidor directo. Analizado el caso, descubrióse el pastel de la leslealtad por el reguero de restos que fueron dejando los conspiradores por todas partes: un espectacular incremento en el consumo de fotocopias, un coche repleto de carpetas en un garage… y todo el mundo se preguntó, por supuesto, cómo no se había enterado nadie. Sí, había alguien: la chica que todos los días entraba a vender bocadillos en la hora de la comida. Nadie le iba a preguntar, claro.
Estos retales de fenómenos más o menos vividos, permiten sugerir que, de alguna manera, es posible saber donde está Bin Laden, predecir quién le entregará y que ya hay alguien que en algún papel, de árbol o de bits, lo habrá puesto en limpio en medio de un ruido ensordecedor. Razón por la que no se oye.
(Bin Laden, entre otros)