El poder tiene juegos inesperados. Cada semana, cada vez que Esperanza Aguirre sale de su reunión de consejeros, se encuentra a Alberto Ruiz Gallardón mirándole. Le mira. Aparece ahí, como ese muchacho que se va a comer el mundo. Como un juez. Con un poco de memoria dramática, como el final de una de las temporadas del presidente Bartlet en el Ala Oeste: the kid is back. Esperanza me da de cenar porque salimos vivos de Bombay. Por más que
me he esforzado en explicar que los héroes no se sientan con vino neozelandés a ver la misma CNN que ven tus familias aterrorizadas, nos hacen estos pequeños homenajes en los que, en realidad, los vivos aparentamos que nos importamos. Bien los crepes y la merluza. Bien el pintor, le ha dejado escrutando.