Extrañas coincidencias de la vida con el arte
sábado, 23 noviembre 2013Es la versión de Spielberg de la historia mítica de Avner, el redentor de Israel, la que sitúa al personaje frente a un escaparate de una tienda de muebles de cocina que refleja su rostro en los juegos de luces de la noche. Los momentos de intimidad de Avner en el relato siempre entrañan una cocina en la que primero se trabajan los alimentos y después se consumen. Sea en compañía de familia o de camaradas.
Una interpretación que se desconoce si estaba en la mente de los guionistas es la de que ese momento representa la verdadera patria o lealtad: la de uno mismo, la de la gente que quieres, el tiempo del hogar y hasta la memoria de la infancia: no todo el mundo aprende a cocinar en casa, pero sí has visto a tu madre cocinar. Quizá ese es el punto de giro en el que Avner tiene que elegir entre sí mismo o las ordenes de la patria, realizar la elección entre el sonido de la flauta de Hamelin o la persecución del camino propio.
Atribuimos al cine y la literatura la capacidad de explicar a los hombres. Se trata de impresiones difíciles de compartir porque conducen a descubrir las emociones ajenas en su estado bruto, emociones que generan después una racionalidad destinada a elegir conductas. Sí, el arte termina imitando a la vida:
«Ya no me importa el vacío de la izquierda abertzale, no me importa lo más mínimo, solo me importa mi vida»
Tu cocina puede ser tu vida. A lo mejor es demasiado aventurado decir que algunos de los tipos más interesantes de la humanidad son los que tuvieron que ir a matar en nombre de otros y regresaron para liberarse de esos otros.