Los pies en polvorosa

Un rasgo sorprende de quienes denigran, reniegan, recriminan y se presentan como campeones morales por exigir a Rubén Doblas y otros que paguen sus impuestos en España (sin verse ellos en la tesitura de qué harían en su caso con emolumentos similares, eso que se llama skin in the game) es que parecen negar la libertad de movimientos y de elegir residencia por parte de un individuo.

Preguntados estos mismos sobre el valor que conceden a la libertad no cabe duda de que podremos esperar palabras elevadas y una entusiasta defensa de la palabra probablemente más reverenciada. Libre como un pájaro, se suele decir líricamente. Insisto en lo de líricamente, la posibilidad de salir volando como forma de determinar tu destino y vivir tu propia conciencia.

La propaganda más eficiente es la que tradicionalmente practica el medio anteriormente venerado como cúlmen del periodismo español: crear titulares indirectos que, de modo completamente casual en el momento de su aparición, refuerzan una posición política de interés para la agenda del famoso diario: abierta y oculta, aunque la oculta resulta ser de una visibilidad pasmosa.

Titular, por ejemplo, «Los impuestos que no pagan los ‘youtubers’ los acabamos pagando los demás.» Con el entrecomillado preciso que aclaran que son las declaraciones de un economista seguidor, qué sorpresa, de Thomas Pikkety. Qué insolidario, qué desgraciado este maldito YouTuber que debe resignarse a vivir como los demás quieren, con la selección de gasto que se encuentra hecha. Muchos lo dicen desde la pura envidia sin percatarse de la confirmación de los hechos que supone: porque no todos tenemos la opción -aunque tienen la capacidad, solo que no quieren enfrentarse a sus costes ni a sus riesgos- de poder marchar.

Los mismos que hablan de la soberanía de los estados, especialmente frente a las multinacionales (si son americanas, las locales no cuentan), están indignados porque un estado soberano ha elegido que si depositas cincuenta mil euros te puedes ir a vivir allí pagando un diez por ciento de tus emolumentos.

Tras el hecho de que acabamos pagando los demás se acaba ocultando que el que marcha ya no es beneficiario de lo que contribuye. Ni siquiera la pregunta de por qué hay que pagar más, o si es suficiente. O cómo el gasto premia a unas generaciones sobre otras. Un lamento que suena a paradoja, por el hecho de que los amigos de la imposición como punto de partida irremediable para definir la existencia suelen venirse arriba en los debates afirmando desear algo que nunca hacen: pagar muchos más impuestos.

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