De la e y la be y las palabras mutantes
Se llamaba Pilar y era la quintaesencia de lo que puede llamarse tradicional. Lo tradicional es conservador pero tiene, a mi juicio, una carga diferente: lo conservador es casi un ejercicio intelectual, lo tradicional es un estado del alma para ejercitarse en la vida, más allá de lo que en tu intimidad estés pensado. Es tu forma de actuar (tómese como interpretación o escenificación) frente a un entorno que, sí, te marca condiciones y que se vuelve emocionalmente complicado retar.
Pilar era tradicional en la buena educación, pero no por su cortesía o esgrima verbal. Más bien era abrupta, lanzada, directa y sin pelos en la lengua. Pero cocinaba como una gran señora de antes sabía. Incluso asistida por el servicio, porque cuando de grandes recetas se trataba, el servicio apoya, no resuelve. Más burguesía que aristocracia, evidentemente.
Se vestía con cierto riesgo para su mentalidad y con concesiones a la época, pero por nada del mundo habría un asomo de vulgaridad. Unas gotas de sensualidad podría ponerle, algo que se le pasó con la edad, pero lo mostrable, la calidad de las telas, el corte y la elección de modelos en función de la circunstancia, respondería siempre a unos criterios de eso que llamamos -pasado- buena sociedad.
Dije antes que más burguesía que aristocracia. Sin duda, Pilar era una señora burguesa. Hija de profesional liberal, educada en los mejores entornos conservadores y tradicionales, tenía el perfecto entrenamiento para hacer lo esperado de una señora conservadora y tradicional: casarse bien, aunque con estudios y puede que con profesión, mantener una casa elegante y criar unos hijos perfectos.
Algo salió mal. En realidad, nunca compró el relato. Pero no podía vivir sin el relato. ¿Dije ya que intentamos enamorarnos, o que tuvimos el afecto y el deseo para haber terminado en algo?. Lo digo: algo nos atraía brutalmente. Y nos atrajo durante años, pero seguramente yo tenía una afición por la desnudez de las señoras que no encajaba en sus temores. Puede que sí en sus deseos que, por segundos, podrían ser deseos sin apellido: la naturaleza haciendo su trabajo, algo demasiado arriesgado para un freno emocional desarrollado durante todo un periplo vital y que, al final, no nos unió.
Pero la conexión emocional estaba ahí. Y de esa conexión llegaba la intimidad emocional. Pilar admitía que le hubiera gustado ser chico. ¿Problemas de identidad sexual? En absoluto: quería ser chico para poder tener la libertad de conducirse en el mundo como los chicos, hacer esencialmente lo que les apetece. Sin límite de profesiones, ambiciones y estilos de vida. Pilar no quería ser una señora, quería ser ella. Estudió (lo tiró a la basura, con su inteligencia y ética radical de trabajo) en ICADE, el colmo del tradicionalismo, pero en aquello que el consenso padre/madre decidió: empresariales, no biología, lo que a ella la atraía. Terminó vendiendo espacios en centros comerciales: brillantemente y sin hacer amigos. Ella era así.
A mi me educó la hija de una militante bolchevique y feminista. Así que pronto me dijeron que la cama, o me la hacía yo, o no era la Reina de Inglaterra: mis hermanas no me han hecho la cama ni me han lavado los calzoncillos en la vida. No sé si me hace mejor. Pero sí creo que crecí viendo a las mujeres a mi lado sin tener ningún privilegio. Yo. Puede que eso me hiciera insensible en otros entornos, los profesionales, porque nunca he sentido celo profesional hacia una mujer por ser mujer. Y mi padre nunca intervino en nuestras vidas en un sentido patriarcal en nada que yo pueda recordar. Mi padre era y es el colmo de lo liberal: una persona que respeta la vida de los demás.
Por tanto, los límites emocionales de Pilar, algunas trifulcas de la vida pública contemporánea, para mí son seres extraños. Mi abuela, la bolchevique, tenía una afición que yo entonces no comprendía: preguntarme si allá donde viajaba, o cuando salía, había mujeres y si salían solas (es decir, no tuteladas por hermanos, maridos o novios). La pregunta siempre me parecía, en mi juventud, completamente boba: ¿cómo no iba a ser así? En realidad, tenía razón: no tenía por qué ser así.
Lo curioso, seguramente lo mejor, es que las limitaciones que veía en su vida emocional Pilar la tradicional, simplemente ya no existen. Creo que es una paradoja, o puede que precisamente por eso, el que cuando las mujeres son más «normales», iguales, sujetas decisoras de su vida laboral, amorosa y emocional, más violenta o radical es la discusión sobre el tema. Quizá la paradoja es que se protesta por la igualdad a alcanzar porque ya se es igual y, por tanto, la protesta no se puede impedir.
¿El lenguaje se construyó deliberadamente para hacer del género masculino el plural que abarca todo? Todos, no todas. Para Pilar, a la que no escucho hace mucho, la respuesta sería parecida a la mía: igual que la cuchara se pone a la derecha del plato, el cánon es que se diga todos, cuando se suma toda la variopinta colección de personas o cosas con la que uno se puede encontrar se convierte en plural. No tiene nada de ideológico, es lo que la buena educación y la comprensión de las reglas gramaticales, algo que requiere cultura y criterio, indican. Decir deliberadamente todes es, por tanto, especialmente viniendo de determinadas personas, una prueba de ignorancia o de la mera adhesión a una fiesta o celebración bien aceptada: ser guay.
Todo puede ser simultáneamente cierto. Que quien se apunta a decir todes es, en realidad, un (una) ignorante al tiempo que una nueva conciencia de cómo deben ser las reglas sociales (es decir, reglas de educación, de cortesía y respeto) convierte en legítimo lo que es ridículo: el lenguaje es una convención que sirve tanto para entenderse como para no hacerlo. ¿Para no hacerlo? Caramba, insultamos por una razón, luego no siempre el lenguaje es para entenderse sino también para defenderse, incluso para herir. Nuestras palabras tienen sesgos. Y ahora muchas amigas y conocidas quieren reafirmar su posición en la vida usando el lenguaje: todes. Siendo tan jóvenes, la pregunta es cuánto de limitaciones, comparado con Pilar, han tenido. En realidad, qué más da: se reclama una forma de respeto, aunque suene, tantas veces, ridículo, cacofónico o, tan solo, extrañamente absurdo.
Nunca podré decir todes. Amigues. Elles. Evidentemente, es la fuerza de la tradición. No podré dejar de pensar que es ridículo, pero también sé que el idioma cambia por los hablantes y ellos deciden: esperar pureza del idioma es más ingenuo que esperar castidad de los seres humanos, va contra natura. Si nadie se indigna y termina aceptado que influenciar es un verbo y no influir (ay, esos periodistas defensores del rigor y la educación con su formación de parvulario empoderado), ¿por qué no vamos a ser todes y no todos? En realidad, me gustaría que no me sonara absurdo. Pero moriré pensando que mis neuronas no pueden soportarlo. Después de todo, soy un tipo que disfruta escribiendo obscuro. Con be. Viviré el resto de mis días como un fosil del lenguaje sólo con un poco de razón, pero muy poca.