La vida no pudo con la vida
Las cejas las levantó un japonés en la Gran Vía con el pelo teñido de rosa posando ante un retrato de Carlos V. ¿Qué hace un japonés en la Gran Vía, con su japonesa retratando? Esto es más relevante que el por qué Telefónica ha puesto un lienzo del Emperador prácticamente en su puerta y sin ningún otro mensaje. Pienso en coñac al verlo. El japonés, con su pose, encontraba formas de interpretar el cuadro que jamás se me hubieran ocurrido.
Las cejas se levantan porque se trata, indiscutiblemente, de un turista. No había turistas. No podía haber turistas. No había japoneses caídos de Marte. Más allá aparece gente con maletas rodando. No, no había gentes con maletas rodando. El remate es que a la entrada de la calle Libreros (¿por qué en Libreros?) aparece uno de esos guías turísticos espontáneos que la naturaleza anticomercio propia de la idiosincrasia española denominará «intruso». De intrusismo laboral.
El guía lleva tras de sí un tropel de personas con cara de pérdida y él porta uno de esos micrófonos con altavoz portátil que permite centrar el oído y el discurso de los viajeros. ¿Qué hacen aquí? ¿Qué puede contarles el guía de los prodigios de esta esquina, que no tiene ninguno? Al fin, todos los bares y restaurantes están totalmente abiertos: no te haces conjeturas sobre la hora. Hay ruido callejero y regresaron las hordas que pueblan el centro vestidos con tapabocas pero con actitudes que delatan su indiferencia al virus. Mejor dicho: a lo que le rodea.
Los árboles que segó Filomena y dejó sin ramas están sacando brotes nuevos a lo largo de sus troncos. Casi como en fila india, se reponen verdes repletos de ramitas finas que dan la sensación de juventud, de que el árbol hubiera regresado a su comienzo. Todo bonsaista sabe que eso es lo que ocurre cuando has engordado el tronco de tu árbol lo bastante y has podado todas sus ramas para quedarte con una base que simulará un árbol viejo a la vista. Y que los nuevos brotes serán tiernos y te permitirán elegir un diseño de las ramas que lograrán la ficción de ver un árbol en miniatura con la misma sensación de verlo allá lejos en la carretera.
Camino por la calle Argensola por medio del asfalto. Raramente vacía. Pero con casas y escaparates que traslucen una belleza elegante sublimada por la caída de la tarde. Me pasa lo mismo en Piamonte. Y en Gravina.
La vida no pudo con la vida.