Combatientes antinaturales
En el principio, debió ser el intento de ocultar un defecto o maginificar una posibilidad: alguien decidió emplear un hueso, una tierra de color, una grasa o el jugo de una fruta para ornamentarse a sí mismo. Dicho de otra forma: modificar lo que la naturaleza te dió.
El efecto debió ser bueno, porque si la atracción es la antesala de la reproducción, en un momento dado también se debió pensar que no era cómodo parir sin control además de la conllevanza de lo gestado. Pronto se tuvo que pensar en métodos para la que la naturaleza no siga su curso: cuando el resultado no es el deseado entonces se buscan métodos para terminar con la gestación: no debe haber un conflicto moral más duradero que éste.
Fermentar frutas y gramíneas debió ser otro conocimiento espontáneo. Como los efectos de consumir la fermentación dejaban secuelas sociales (conductas de las que te arrepientes) como físicas (dolor de cabeza habitualmente), la colección de remedios con éxito dudoso que pueblan las conversaciones post-euforia, son múltiples: la resaca, al despertar, sigue ahí.
El pan no engorda, engordas tú. Pero no quieres engordar y buscas panes de harina de almendra para hacerte creer que comes pan. Cerveza sin alcohol, que no sabe a cerveza, pero que me hacen creer que tengo cerveza. Leche sin lactosa, así tomo leche que mi cuerpo no rechaza. Con calcio, porque no basta el que tengo.
Calentamos al fuego la carne de otros animales y las verduras. Tanto placer da, que cuando encontramos el argumento moral para no comer animales buscamos imitar con prodigios tecnológicos el aspecto y sabor de la carne tostada al fuego. Parece que buscan también los efectos del tipo de alimentación en las propiedades de esa carne: bien está y, si no es igual, es inventar algo que puede ser profundamente exquisito. De la misma manera que el buey de Kobe es mimado y alimentado para saber delicioso, las fibras de carne elaboradas por procedimientos artificiales también pueden serlo.
No nos gusta el frío. No nos gusta el calor. Ya sé: el exceso de frío o el exceso de calor. La condición humana es una lucha permanente para oponerse a la naturaleza: queremos la belleza que la genética no dio, la carne que no da cáncer, el azúcar que endulza pero no da diabetes, ni frio ni calor, fornicar sin venéreas ni herederos, herederos cuando la inseminación fracasa. Beber hasta hartarse y que el hígado esté limpio, paisajes con palmeras sin mosquitos ni arañas, cocos que se abren fácil, no hacernos callos en los pies.
Bajo al supermercado: no hay producto envasado que no diga cien por cien natural. Luchamos contra la naturaleza pero no queremos creer que todo lo que hacemos es pelear contra ella.